jueves, 26 de marzo de 2015

El nicaragüense, de Pablo Antonio Cuadra (Hispamer, 1997)


A doña Aleida, por el conocimiento..., a todos mis Nicas queridos

 

¿Pablo Antonio Cuadra?

Wikipedia informa de que Pablo Antonio Cuadra Cardenal (Managua, Nicaragua; 4 de noviembre de 1912 - 2 de enero de 2002) fue un poeta, ensayista, crítico de arte y de literatura, dramaturgo, artista gráfico e ideólogo nicaragüense. Históricamente, su familia ha estado ligada a la política y a la poesía de Nicaragua. Evidencia de esto último son su tío abuelo Vicente Cuadra, quien fue presidente de Nicaragua (1871-1875); y sus primos: Joaquín Pasos Argüello, poeta y dramaturgo, y nada menos que Ernesto Cardenal, poeta, escritor, escultor, religioso y político, y Ministro de Cultura durante el gobierno sandinista (1984-1990).
 

 
 

Demostración de que Nicaragua no ha sido tan sólo, y no sería poco precisamente, el grandísimo Rubén Darío (y es que cuando el grande es enorme, todos quieren apropiárselo, y como su relación con España fue intensa, se le incluye sin más en las programaciones de literatura de nuestro país, como si hubiera sido un nica-español). Tampoco Nicaragua son ellos dos. Recordaré a otros escritores reconocidos más allá de sus fronteras: Sergio Ramírez –autor de uno de los libros reseñados en esta sección de mi blog-, el ya mencionado Ernesto Cardenal, y una diva de la cultura latinoamericana más reciente, Gioconda Belli.
 
 

 
 

 

Lo que es más grave, ¿Nicaragua?

Porque, ¿qué y cuánto se nos viene a la cabeza al pensar en dicho país “hermano”? Y el genio de la poesía modernista, primer gran escritor no español en español, no cuenta ahora.

Supongo que para muchos de nosotros, el sandinismo es recurrente. La revolución en aquel lejano y pequeño país fascinó a propios y extraños. El David que se atrevía a plantar cara al Goliat yanqui. La revolución liderada por un heroico Daniel Ortega (entonces, porque como tantos, con el tiempo se ha enquistado en el poder, y ha acabado derrochando la herencia de aquello originario de lo que apenas queda nada).

Los comités de solidaridad con Nicaragua que surgieron en muchos rincones de España, y que salían a la cabeza de manifestaciones de apoyo, han ido lentamente decayendo; y quizá de lo más vivo que encontremos hoy, sea el producto del hermanamiento entre las ciudades de León en Nicaragua, y Zaragoza en España. Impresiona pasear por un barrio con nombre de Zaragoza, ver otro altar dedicado a la Virgen del Pilar, a miles de kilómetros de distancia de los originales. El germen del hermanamiento estaba presente en la histórica ciudad nicaragüense, es como si hubiera estado previsto por el transcurso del tiempo, auspiciado por todo tipo de augurios.
 

Iglesia de Zaragoza en León
 
 
Algunos tenemos borrosos recuerdos de las disputas entre la primera presidenta latinoamericana, Violeta Chamorro, y los sandinistas desbancados momentáneamente del poder. Así como grabadas en las retinas de la memoria, imágenes trágicas de los efectos del famoso huracán Mitch, cuatro mil muertos que compiten con los diez mil causados por aquel otro desastre que nos suena lejano en el baúl de los recuerdos, y tan apenas a los que somos más mayores, el terremoto de Managua, de 1972.

No ayuda la distancia, que también es hoy cultural. El turismo que recibe Nicaragua, que visita la maravillosa Laguna de Apoyo o su impresionante mirador de Catarina, la cercana Masaya con su Mercado Antiguo, hoy de artesanía; la isla de Ometepe, la casa natal de Rubén Darío en León, su catedral; ese turismo sigue siendo mayoritariamente estadounidense. Chocante por ello,  descubrir que una considerable parte del dinero que ha ido restaurando la bellísima ciudad colonial de Granada, destino top de los americanos, procedió de Cooperación Española al Desarrollo, y bien digo procedió, porque en estos momentos de crisis económica y sobre todo moral, esos fondos seguramente se habrán recortado hasta niveles de vergüenza nacional.
 
 

 
La espléndida catedral de Granada
 
 

¿A alguien le suena el Güegüense? Le felicito si es así, es conocimiento para matrícula de honor. Como bien señala Pablo Antonio Cuadra en el libro que nos ocupa, se trata de la primera muestra de literatura del país centroamericano, quintaesencial mestizaje de las raíces indígena e hispánica de Nicaragua, una pieza teatral barroca que en la llamada “jerigonza” de los muleros de la época, tiene como personaje principal a un tal Macho-ratón, a un pícaro que anhela el “don” delante de su nombre, una obra que en el siglo XVII recoge como lengua india el náhuatl, y que sin embargo, ha tenido más éxito en zonas mangues-chorotegas, compactando así las diferentes almas de la identidad nicaragüense.
 
 
El Güegüense en imágenes, Ballet Folklórico de Nicaragua
 
 

Hoy se sigue representando en la tranquila y acogedora ciudad de Diriamba, con iglesia antigua y venerada, siendo las partes bailadas las más populares y reconocidas por el público medio, sin duda por ser lo más vistoso. A tener en cuenta el atractivo de atuendos y máscaras, ese colorido innato que siempre he percibido como característica reconocible de muchos pueblos indígenas en Latinoamérica, al menos a simple vista.

Y, ¿las Hípicas? El nombre da la pista, son encuentros de, a menudo varios miles, de  jinetes con sus respectivas monturas. Tuve la suerte de asistir a la de la localidad montana e interior de Chontales. Todo un espectáculo para los ojos noveles. El abigarramiento de caballos de los más diversos pelajes, añadido a la intensa presencia de los caballeros con sus sombreros de vaquero, o de las bellas amazonas con sus modelos sensuales y llamativos, se mezcla con la música de las bandas, con las hermosas bailarinas danzantes de carrozas promocionales, con el calor del ambiente.
 

 
Una Hípica, me temo que no en Chontales
 

En cuanto al deporte, el nicaragüense por excelencia, no sorprende, ¿verdad?, es el béisbol. Y es que la cercanía del gran hermano del norte, se percibe en todas las áreas de la vida de los nicas. Hace tiempo que los españoles somos renglones polvorientos de los libros de texto, y como mucho, y en los últimos años, cooperantes con acento raro, que resultan no ser gringos. Esa herencia cultural la hemos desperdiciado en gran parte, nuestro país no es en absoluto referente esencial, tan apenas sentimental, una borrosa madre patria, y muy a menudo la “madrastra” de la leyenda negra, poco más.

Y para completar este panorama, leo con interés también, Refranero nicaragüense, de Carlos Mántica, con la manera más universal de levantar la voz del pueblo, ese compendio de sabiduría popular que tan frecuentemente reúne la verdad sustentando los contrarios más enfrentados. Refranero que tanto asume del español que trajeron los conquistadores, pero que tiene la originalidad de quienes lo adaptaron a su realidad, que tan diferente era de la hispánica, quienes por otra parte aportaron la sapiencia tradicional y eterna de sus pobladores indígenas.
 
 
 

 
 

¿Que el pequeño país ya no lo parece tanto? Justo es reconocer que el tamaño nada tiene que ver con la diversidad, con la riqueza. Nicaragua es un universo en sí mismo, si además se tiene en cuenta que la fachada caribeña del país, nada tiene que ver con la del Pacífico, que la costa difiere del interior, que las ciudades son planetas remotos para la población rural,…

 

¿El nicaragüense, de Pablo Antonio Cuadra?

 

Una recopilación de artículos del erudito, reflexiones sobre el ser de una identidad contradictoria y riquísima, sobre la profunda raíz indígena, sobre el poso de lo hispánico, que curiosamente recibe el apelativo por este sabio de “mediterráneo”, incluso al hablar de su propio país y su identidad –quedando tan lejos el Mare Nostrum-; y por encima de todo, es consciente ya de una mal entendida modernidad, lo que hoy conocemos por globalización, que diluye los rasgos y entorpece la meditación sosegada sobre nosotros mismos.

Nicaragua, nos aclara el autor, es el resultado de un primer y complicado mestizaje entre dos “culturas indígenas madres”. Por una parte, la de los más civiles Chorotegas. Y por otra parte, la más militarista de los Náhuas. Los “amorosos con sus mujeres”, frente a los machistas. La cultura sedentaria que empezó derrotando a los desplazados  y nómadas del norte, para ser engañados finalmente por dichos invasores y más tarde,  inicialmente masacrados, y también sojuzgados. El resultado de ese choque de culturas fue previo a la colisión de universos que causó la llegada de los europeos. Una identidad por tanto, nacida a golpe de seísmos violentos, de sacudidas entre  civilizaciones y visiones del mundo.

Reconozco haberme perdido a menudo en la lectura de detalles que Cuadra considera sabidos, y que el lector europeo sin base desconoce, aunque por otra parte, parece lógico que tuviera como destinatario de sus textos principalmente a compatriotas, y eso hace más compleja la comprensión de sus argumentos. No es favorecedor tampoco, el hecho de que sea una colección de artículos escritos a lo largo de un cierto tiempo, pues como suele ocurrir en estos casos, algunos temas se repiten (aunque sea añadiendo perspectivas e información), y para el explorador profano resulta reiterativo, hasta cierto punto tedioso.

Cuadra hace un repaso exhaustivo de las diferentes realidades de su país. Nos asoma a la creación de una capital para dejar en la balanza las aspiraciones de las dos archirrivales ciudades coloniales de Nicaragua. Nos enteramos de la experiencia de los marineros de agua dulce, de los que abundaron algún día en los gigantescos lagos de su tierra. Reflexiona sobre la lengua, sobre la Historia, sobre héroes y seres anónimos. Se enfrenta al sentimiento religioso, a la personalidad comunitaria, a la aventura de un pueblo en el devenir de la cultura, de su cultura, de la nuestra. Sirven para ello Homero, Ulises, Robinsón, Rubén Darío, Oriente y Occidente, los volcanes, los mitos, el patriotismo y la risa, la casa y el traje, un simple rancho y por encima de todo, el destino.
 
 

Para que como decía quien me regaló estos libros: conociéndonos nos queramos. Los de allá, los de acá. Todos.