viernes, 29 de mayo de 2015

Lecturas para un curso

La primera evaluación no fue para arriesgados. La opción para 3º de ESO fue el exitoso "grandes ventas" Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins.

Reconozco haberme enfrentado a la obra con los habituales prejuicios. Me sorprendió. Una demostración de que a menudo el cine americano actual desmerece por lo que se refiere a los originales literarios en los que se basa. Sin tratarse por supuesto de una obra maestra, es una historia bien narrada, que mantiene más que correctamente el suspense. Me encanta la figura resuelta y poco estereotipada de la heroína, se agradece el protagonismo de una chica que nada tiene de Barbie, de princesa teleadicta.

El momento cumbre sin duda es el de una de las trágicas muertes sinsentido de una competición bárbara, que por cierto tanto recuerda a esa sociedad americana sin escrúpulos del capitalismo neoliberal y salvaje. Una niña competidora, apenas una niña, sucumbe en los brazos de la protagonista, estas dos supervivientes unidas por un sentimiento que consigue superar el descarnado interés de los organizadores de los sangrientos juegos. No es nada sensiblero, pero emociona. Grata sorpresa, una de esas lecturas que uno nunca habría hecho por su cuenta.





Para 1º de ESO, una autora ya clásica de la literatura juvenil, y no solamente en Aragón, Ana Alcolea, quien además nos visitó en el centro, con su educada y sobria elegancia, despertando la pasión de muchos de nuestros jóvenes lectores, la fila de firmas estaba más nutrida de lo que la había visto nunca.

La sonrisa perdida de Paolo Malatesta cumple con los requisitos formales que tan acertadamente ha cultivado la autora. Si no se escapa en nada de ellos, y por ello no sorprende, tampoco decepciona, es ya todo un mérito cuando la carrera literaria va cumpliendo años y los libros publicados se acumulan. Tenerla enfrente para explicar los entresijos de la construcción, a partir de anécdotas de "bonvivante" viajada y leída, de amante del arte y de la música, del buen gusto en definitiva, no hacían sino confirmar lo positivo que es ampliar a los chicos sus estrechos horizontes, limitados demasiado a menudo a la Play y a los cotilleos entre amigos.

Enriquecedora la carta que una alumna de una minoría étnica, repetidora para más señas, quiso compartir con Ana Alcolea, pues le agradecía en ella haberle hecho ver que cuando uno tiene objetivos en la vida, puedo hacerlos realidad. Esa debería ser la función primordial de la asignatura de Literatura en un instituto, crear lazos entre los alumnos y los textos, que consigan atraerlos y emocionarlos. Gracias, Ana, fuiste, en realidad eres, profesora de secundaria, y me entenderás.








Para la segunda evaluación, la sorprendente selección para un 3º de ESO de un libro durante mucho tiempo recomendado para alumnos de niveles inferiores, incluso por la propia editorial. Hoyos, de Louis Sachar.

El libro no nos falla. Se entiende a la perfección su éxito indiscutible entre profesores y alumnos. ¿Seguir acudiendo a él hasta cuándo? Me imagino que si realmente se convierte en un clásico, dentro de veinte años continuará apareciendo en las listas de lecturas obligatorias. -Otra reflexión al hilo, si es que semejante engendro de las lecturas OBLIGATORIAS, ¡qué repelús de palabra!, debiera existir, salvo por el hecho de que quienes nos gobiernan carecen de creatividad, y al mismo tiempo demasiados profesores se sienten cómodos en la zafia seguridad de no proponer una lista amplia de lecturas VOLUNTARIAS, no sea que un profesor de Lengua se tenga que leer lo que no le apetece leer, o todavía peor, tenga sencillamente que leer-

A la mala de la historia, tipo ser venenoso o Esperanza Aguirre, me la imaginaba bien en la piel de la gran Susan Sarandon. Es lo que tiene la "rémora" maravillosa de nuestra cultura audiovisual manifiestamente proyanqui, y que conste que ni siquiera he visto la película en cuestión. Acompañamos a esos niños de orígenes lastrados, a lo largo de esa aventura con toques de culebrón que sirve de paisaje literario, en la búsqueda de un escape, de una salida, de lo que sea aunque tan apenas sea una vía de fuga, y un poco de aire fresco. La obra resulta ser mucho más rebelde y atrevida de lo que podría parecer a simple vista. De cómo puede ser un absoluto fiasco el idiosincrásico "American way of life", y sobrevivir a todo ello. Muy interesante.









Otra elección altamente discutible. Para los chicos de 1º, una novela que ni roza sus vidas, con un humor de adultos y para adultos, una visión grotesca y "somardona" de la realidad de un Aragón que supera los límites de su "conocimiento del medio"; una obra que les ha parecido aburrida. Bendita calamidad, de Miguel Mena. Recientemente convertida en una película, muy aragonesa en su construcción, y que promete, próximamente en las pantallas.

Y me parece injusto que les haya aburrido, la verdad. Este adulto ha apreciado lo chistoso, lo crítico, lo desbordado y gamberro de esta chocarrera y baturra "road novel". Convertir el paisaje cotidiano y al mismo tiempo lejano de una comarca del Moncayo, y de su monumental capital, en el absurdo casi "felliniano" de unos personajes España cañí, la de las consecuencias del pelotazo, en las antípodas temporales de lo que ahora vivimos, antes de que todos descubriéramos lo tontos que fuimos al creernos que íbamos a ser el ombligo del mundo. Un acierto con muchos altibajos, desde luego, pero acierto.

Me encanta la extrañeza de la sima al fin del mundo con su ermitaño de pasado ignominioso, como me fascinan los pasadizos ocultos a tesoros que la corrupción siempre ansió, en el interior de esa catedral que por un tiempo llegamos a imaginar perdida para siempre, y que en realidad estaba en manos de un desaprensivo, no casualmente de profesión arquitecto. Se aprecia la inteligencia de una trama que no es agradecida, que no pretende ser convencional. Y esto último, ha resultado fatal para nuestros chicos.









Comenzaré con el libro para 1º de ESO de esta tercera evaluación. Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, de Luis Sepúlveda. Hoy era el último día para entregar los trabajos tras su lectura. Hemos optado por dirigir una investigación por parte de los alumnos, sobre los conceptos de fábula, moraleja, noticia y narración; para posteriormente crear ellos mismos sus propios textos. Algunos además han estudiado la presencia de alguno de los animales que han sido mascotas de los humanos desde tiempos inmemoriales, aproximándose al arte, a la literatura, a la cultura en general, aunque también a lo social.
 
La otra profesora de 1º y yo no creemos en los exámenes de lectura. Considero que comprobar que se han aprendido bien un resumen de la obra, normalmente conseguido en Internet, no tiene nada de educativo. Prefiero que reflexionen, que sean creativos, puesto que todavía en el primer ciclo de Secundaria, pueden aportar sus dibujos, su visión plástica de lo que han leído, desviarse de lo que es un trabajo de investigación riguroso. Me preocupan menos los conceptos. Este ridículo sistema apenas me da tiempo para ocuparme de la lectura de las obras que proponemos como obligatorias, no me queda tiempo si quiero hacer todo lo demás que tengo (y quiero) que cubrir en nuestra programación. No esperen comprensión de la inspectora cuando aparece por el centro.
 
La historia, no la desvelo, es un precioso cuento de los de antes, adaptado a nuestra vida urbana de hoy. Ocurre en Hamburgo y podría ocurrir en cualquier rincón deshumanizado y superpoblado del mundo. Los protagonistas, en la línea de las gatomaquias -y demás tramas protagonizadas por animales- heredadas nada menos que de los griegos, pero tan presentes en nuestros siglos de Oro, son personajes más humanos que los humanos, con nuestros miedos y nuestras inseguridades, con nuestras grandezas y nuestras miserias. Breve, Sepúlveda, sencillo pero no superficial, directo, contundente, lírico y bien narrado. Un logro.









En cuanto al libro para los de 3º, Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona, volveré a aventurar la mala fortuna a la hora de seleccionarlo. ¡Y qué difícil es escoger las obras que han de leer nuestros alumnos! Es mucha responsabilidad. Quien más o quien menos, se ha dirigido a un profesor de Literatura para asegurarle que los horribles libros que le obligaron a leer en el instituto consiguieron acabar con su hábito lector. Lástima que no fuera un vicio lector, habría sido más complicado enfrentarse con el "mono". No hago chanza de este asunto, me parece muy serio. Los profesores de esta asignatura llevamos bastante tiempo pensando mucho y bien sobre las lecturas que proponemos. No quiere decir que acertemos. O desde luego, que acertemos siempre, porque está claro que no lo hacemos. Eso sí, ahora seguramente acertamos bastante más que hace veinte años, lo cual ya es suficiente satisfacción.
 
Dicho esto, me temo que también damos demasiadas vueltas a este tema. Podemos llegar a obsesionarnos, y evidentemente no conseguir gran cosa con ello. Casona es una figura muy atractiva de nuestro teatro en el siglo XX. Era un individuo pensante, un intelectual atrevido, aunque no creo que se le comprendiera muy bien. Se le achaca una cierta frivolidad y una considerable falta de compromiso social y político. No soy de los que creen que las obras literarias deban rezumar opiniones políticas para ser auténticas. Tampoco opino lo contrario.
 
La obra de teatro que nos ocupa es valiente. El primer acto es moderno, casi vanguardista, difícil para cualquier lector y no diré hasta qué punto para unos alumnos como los míos este año, en un 3º flojísimo académicamente, y vagos hasta decir basta. ¿Es triste decir que no creo que haya llegado al veinte por ciento, por lo que se refiere al porcentaje de ellos que se hayan leído la obra?
 
Lo están pensando ustedes, reconocerlo es reconocer el fracaso, pero no particularmente el mío como profesor, sino el de este sistema educativo que una ley torticera y mentirosa, ideológica como las anteriores, y sumamente fallida, fracaso de ese sistema que sigue sin resolver el problema básico: la incapacidad de expresarse por escrito de nuestros alumnos, la evidente situación de analfabetos funcionales en que se encuentran, inviable la lectura comprensiva de la mayoría de los textos con los que se topan. El fracaso de una sociedad que les aboca al desinterés, al bombardeo de información e impulsos sin concierto, a la nula disciplina, a la mínima consideración de autoridad, al caos mental. Padres que consienten, que no educan. Profesores de Lengua que no llegan a todo lo que deberían llegar. Asignaturas mil, desterradas las Humanidades al fondo del cajón. Triste, cierto.
 
La obra de Casona evoluciona hacia una obra más convencional. Nos plantea el dilema moral de unos personajes que actúan como personajes, de una manera deliciosamente metateatral. La realidad a fin de cuentas es la que hemos decidido que sea. Todos nos inventamos a nosotros mismos. Sería insoportable vivir con nuestra existencia tal y como es, todo el tiempo. De cuando en cuando, algo nos la revela, nos toca por un tiempo desgarrador vernos tal y como somos en realidad, y duele. Duele mucho. Por eso, hace tiempo que tengo claro que las medias mentiras, las mentirijillas piadosas, la educación y el talante positivo de una sonrisa bien plantada en la cara, son mucho más auténticos y efectivos que tantas amarguras que sólo llevan al conflicto permanente y a la estigmatización social.
 
Siempre he sido un gran lector de teatro, como pésimo he sido siempre como lector de poesía. Creo en la importancia de leer obras de todos los géneros, de todos los orígenes, creo aquí también en la diversidad. Me alegro de haber tenido la oportunidad de leer esta más que interesante obra de Casona.











Un balance: ¿no ha quedado claro todavía? Positivo. La cosecha 2014-2015 de lecturas del IES Gallicum ha resultado ser de alta calidad, variada, enriquecedora, con matices y aromas intensos, para degustar con deleitación y sin prisas, un "crisol" de puntos de partida. Un disfrute.







viernes, 22 de mayo de 2015

De estaciones perdidas, y algo más sobre clubes de lectura



Mi experiencia con los clubes de lectura se ha enriquecido este año, en realidad este curso, pues los profesores tendemos a organizar nuestra vida de septiembre a junio, con el arranque del club de lectura para chicos de 1º de ESO del IES Gallicum de Zuera. No ha podido ser algo más positivo.

Chus Juste, la bibliotecaria de Zuera que nos ofreció el local que tan admirable y creativamente gestiona, para celebrar nuestros pequeños encuentros en torno a un libro, y yo mismo, no dábamos crédito cuando en la primera sesión trece chicos y chicas expresaban con énfasis y sin descanso, su emoción tras la lectura de Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins.
 
 
 

Si su selección denotaba una cierta inclinación por los libros exitosos y de lectura fácil, su entusiasmo en la segunda sesión, por una novela igualmente reconocida aunque considerablemente más compleja, La lección de August, de R. J. Palacio, nos ha vuelto a dejar sin palabras. Nada puede ser más satisfactorio para quienes creemos en la animación a la lectura, incluso durante esa compleja etapa de la adolescencia, que asistir conmovidos al intercambio de opiniones, gustos, reflexiones y vivencias, los que aquella tarde se compartieron en la Biblioteca Municipal de Zuera.
 

 

¿Por qué participar en un club de lectura? Entiendo a quienes consideran el acto de sumergirse en un libro como algo personal, íntimo e intransferible. Lo es. Lo que no me parece que esto sea incompatible con la lectura compartida de una selección de obras, y a lo largo de un tiempo, con una cierta frecuencia.

Como integrante del Club de Lectura de la Biblioteca de Zuera, me he aproximado a obras que desconocía por completo, y que seguramente jamás habría leído de otra manera (El olvido que seremos, de Héctor Abad; Mal de escuela, de Daniel Pennac; El sol de los Scorta, de Laurent Gaudé); de cuando en cuando he leído “Grandes Ventas” que no me atraían nada, y que por mucho que sigan sin parecerme gran cosa, no carecieron de atractivo (Vive como puedas de Joaquín Berges, o Palmeras en la nieve, de Luz Gabás);  también yo he propuesto obras que me parecían interesantes y que pudieron gustar más o menos (la incomprendida Camino de sirga, del aragonés catalanoparlante Jesús Moncada; la sugerente La muñeca viajera, del ubicuo Jordi Sierra i Fabra; la delicada y deliciosa Seda, de Alessandro Baricco). La lista es ya muy larga.

Cuando proponen otros, no siento la presión de leer por obligación, sino la aventura de explorar mundos ajenos y gustos que puedo compartir o no. La necesidad de cumplir con una fecha límite orienta nuestra disciplina lectora. Descubrimos las más diversas aficiones, hábitos y maneras. Entre mis chicos de 1º hay varios que empiezan los libros leyendo la última página, y sin embargo, hasta conocer a la compañera del Club de lectura de adultos, nunca me había encontrado con alguien que disfrutara “chafándose” a sí mismo el final de una novela.

Pero es que no se pierde nada, se gana el suspense de encontrar sentido a ese, esperemos, sorprendente final. De hecho, los lectores “convencionales” hemos disfrutado sin duda, con ese final desencadenante de todo en obras maestras como Cien años de soledad, o En busca del tiempo perdido; no seamos tan prejuiciosos como para valorar positivamente una única vía, un pensamiento único. Desvíemonos todo lo que nos pida el cuerpo, a cada uno el suyo.

Aprovecho para reseñar la última muesca en el arma pacífica de nuestro club de lectura de Zuera: La estación perdida, de Use Lahoz, (Punto de lectura, 2012). Una de esas obras cuyas primeras cien páginas, toda su primera parte desde luego, irritan y no enganchan, lo que convierte la lectura en una carga, algo que vas demorando.
 

 
 

A partir de la marcha del pintoresco protagonista de su pueblo natal (vamos a entender que parece que el autor precisamente quería transmitir eso, hastío y desapego, y ciertamente, lo consigue), y a partir de la estancia en Zaragoza, crípticamente conocida a lo largo del volumen como “la capital” –y de eso, todos los aragoneses con algún origen rural, tenemos conocimiento, hasta de los pueblos cercanos se aludía así a ese destino de lo que parecía un viaje al fin del mundo-, y más todavía, cuando arriba en la Barcelona prometida, esta sí, con su nombre con todas las letras, porque el pueblo se enmascara en otro nombre, y los del entorno. Lo que me trae a la memoria la palurdez de una autora altoaragonesa que parecía tener miedo a ser considerada cateta por mencionar a su pueblo de origen, o a la cabecera de comarca, y es que lo aragonés es  poco glamuroso, con tanto ciudadano del mundo suelto, por lo visto es así. Patético. Con lo hermoso que es decir Benasque, o nombrar ese sonoro La Hoz de la Vieja, en el más profundo Teruel, y que se nos escamotea.

Y de Buenos Aires al cielo. Al firmamento aterido de un personaje frágil, que se nos muestra humano y surrealista en lo que se apunta como una enfermedad mental, y que por contraste, ofrece al autor innumerables herramientas narrativas y sugerentes circunstancias para la trama y sus protagonistas. El final nos dividió en el club. Algunos lo defendíamos. El muchacho vuelve hecho un hombre, aunque apenas mucho más maduro y fuerte, y por añadidura, llegamos a conocer su secreto, completándose así el círculo de una novela viajera, de horizontes cambiantes. Otras compañeras, argumentaban lo rocambolesco del secreto desvelado, lo innecesario de situarlo en el momento cumbre del desenlace. Al menos, despertó el debate. A mí me pareció, que es precisamente en su parte final, cuando el libro adquiere alas, despega definitivamente, toma velocidad de crucero, y ese regreso a los orígenes termina de asentar al personaje principal en nuestra memoria. Adquiere su personal sentido sólo entonces.

Una novela con matices y mucha punta para sacar, como última lectura de la temporada. El curso que viene, más.

 

lunes, 4 de mayo de 2015

Mi Zaragoza sumergida


 

He leído con interés los textos con tintes autobiográficos de “Zaragoza la ciudad sumergida” (Onagro ediciones, 2008), del pintor Eduardo Laborda. He disfrutado de algunas de las imágenes antiguas que colecciona, las que ha podido incluir en este volumen, muchas de ellas rescatadas del abandono cruel de sus anteriores propietarios, encontradas con mucha frecuencia en plena calle, como tesoros a la deriva, que nadie apreciaba en ese momento, y sin duda reminiscencias de un pasado cuyos protagonistas habían dejado de reivindicar, aunque seguramente también habían dejado de existir. De la mano del artista zaragozano, asistimos al espectáculo de una ciudad en apariencia remota, la urbe que vivió al lado de su compañera también pintora, y junto a toda una generación de artistas, con los que recorrieron esquinas, tejados y rincones.
 
 
 

Aun llegando unos veinte años más tarde, todavía tuve la oportunidad de asomarme a esa Plaza de Santa Cruz de la Bendita Plástica Callejera, a ese bar Bonanza tasca de bohemios e inspirados noctámbulos. Tuve conocimiento desde la lejanía de algunos de esos personajes que llenan el paisaje del libro, poblado por fotografías que hablan de una ciudad que ha desaparecido, la del casco viejo decadente pero sobre todo viejo y desabrido, una Zaragoza de palacios sin restaurar y habitados por gallinas, pintorescos e inciertos refugios, igual que talleres de pintores sin un duro, de jóvenes entusiastas que aspiraban a la libertad de una democracia que ya se empezaba a vislumbrar. Pero también, otra Zaragoza de la que tan apenas oí hablar: billares en el Palacio de Sástago, restaurantes postineros con decorado vanguardista y dueños que todavía sucumbían a un coma hipoglucémico.

Yo también tengo mi propia Zaragoza sumergida. La Estación del silencio, y los bares cercanos, ropajes negros, maquillaje pálido, sombra de ojos, ganas de llegar al sitio al que habían llegado fuera. Los Héroes, el Zurracapote, la Sala Modo, En bruto, los primeros conciertos de los que pensábamos primeros grupos, sus primeros discos, Ecrevisse, Días de vino y rosas. Las zonas, el Rollo, los bares repletos de humo, las lecturas, el Monaguillo, El Ángel azul, el teatro Kabuki, En la frontera. Los amores, los desamores, la represión, el armario, los malditos, y cómo no, el tiempo que se lleva unas cuantas cosas que creímos insustituibles. Brujilda y ese príncipe al que nunca (o casi nunca) cortejó. El mejor amigo. Las noches de cristales rotos. Todo bajo el mar.

Y gracias a Laborda, colarse en los entresijos de la decoración del Salón de columnas de la sede de Cajalón en Zaragoza, es decir, el que fue Casino Mercantil, con la magia arborescente y verde de Iris Lázaro. Ojear a vista agradecida y en unas pocas páginas, portadas de antiguos libros que rompieron moldes, fotografías dedicadas por divas del momento, algunas de ellas divas para siempre. Curiosear en los carteles de propuestas artísticas novedosísimas, en una ciudad varada en el hastío de una patética clase burguesa sin miras y sin inquietudes, desprovista de todo gusto, empeñada en convertir en ruinas todo lo que les parecía viejo, en su hortera inclinación por lo nuevo. Asistir atónito a los primeros intentos de batallar contra los solares yermos, de un centro urbano desprovisto de vida y de aliento (los “happening”, las “performances”, la ilusión).
 
 
 

Asomarse a este libro implica tener algo de “voyeur”. Hay que admitir tener curiosidad por esa vida ajena que de alguna manera se nos desnuda. Nos adentramos en los primeros años de la vida del autor,  a través de unos cuantos recuerdos familiares, de estampas domésticas, de un horizonte que me resulta próximo pero podría serlo para cualquiera. Y al mirar lo particular, descubrir lo universal. La hermana moderna. Los padres abnegados. La pequeña casa. Los años en los que se cree que todo es posible. Y como mirones, pasar las páginas para comprobar que los sueños, sueños son. Todas las generaciones fueron únicas, se creyeron especiales, y lo fueron.