martes, 31 de mayo de 2016

Y la rubia resultó ser de bote


 
O más inteligente que el idiota que la encandiló, y que el que abusaba de ella, y aquel otro que pasaba por allí y ocupó un espacio intangible en su existencia. Y miren que por la foto de la cubierta, Dorothy Parker por tener, no parecía tener una cabellera de diosa vikinga. El libro es suyo, Una rubia imponente (Nórdica, 2013), acompañando (o más bien creando una narración propia al reflejo de un espejo gráfico) su texto las muy imponentes ilustraciones de Elisa Arguilé, premio nacional de ilustración.
 
 

Ayer mismo tuve que escuchar el siempre bienintencionado comentario del lector hombre sobre la escritora mujer. A mi “escribe bien”, un “sí, escribe sencillo, tan fácil”. Y yo vuelta a repetir sus dotes de escritora, y el buen señor a argumentar lo fácil y sencilla que era de entender. ¡Qué confusión, amigas retardadas y amigos aleccionadores! ¡Con lo difícil que es convertir lo complejo en asequible, en cotidiano, en manejable, en auténtico! A menudo me he planteado lo que anda detrás de mucho sesudo “épater les bourgeois”: me temo que el vacío más absoluto y la incapacidad de decir nada con sentido, y mucho menos con alguna remota utilidad. Se trata del arrogante vicio de tanto intelectual onanista de mente y alma.

El inocente comentario al que me acabo de referir, versaba sobre una admirada poeta y narradora con multitud de seguidores en Facebook, de biografía admirable y motivadora a más no poder, pero… Dorothy Parker tuvo que soportar seguramente alusiones bastante más mordaces en vida, sobre su ascendencia judía de la que ella misma se mofaba, sobre sus veleidades izquierdistas y su tenaz defensa de los derechos civiles, sobre sus amigos escritores y sus amantes, sobre el hecho de ser una mujer comprometida, libre y con personalidad. Un reto este último, todavía vigente para cualquier mujer. Por desgracia.

Parker intentó suicidarse, pero murió ya anciana de un ataque al corazón, después de sobrevivir a un marido fallecido por sobredosis, eso sí. Era judía, pero se educó en un colegio católico. Era de buena familia, pero los perdió a todos, por lo que tuvo que abandonar su formación académica a la temprana edad de trece años, para buscarse la vida. En cualquier caso, enseguida comenzó a despuntar como poeta, como crítica literaria y teatral, como reportera desde la Europa agitada de los años treinta.
 
 
 

No, no me olvido de este relato “autobiográfico”. Con técnica, asistimos a los apuntes al natural de una vida atraída por el abismo de amores imposibles y estoicas “vueltas a comenzar”. La rubia se equivoca y lo hace a conciencia. Sigue adelante, se pensará que un mucho por inercia, en realidad es un tanto más por convicción. Una buena copa, y a por el horizonte, línea recta, con todos los excursos imprescindibles, y los meandros, y la soledad más acompañada, y todo lo que quede por recorrer.

Disculpas, si al final no acabo de “empatizar” con esta mujerona de estado indefinido y vocación de luchadora: “Al poco Sydney se casó con una mujer rica y controladora; a continuación apareció Billy. No, perdón, después de Sydney vino Fred y luego Billy. En su permanente niebla mental, nunca fue capaz de acordarse de cuántos hombres habían entrado en su vida y habían salido de ella. No cabía la sorpresa: ni se estremecía a su llegada ni sentía pena a su partida. Por su parte, parecía que siempre resultara atractiva para los hombres. Nunca apareció ya ninguno tan rico como Ed, pero todos fueron generosos, cada uno según sus posibilidades.”

Triste destino de la muñeca hermosa, frágil, decadente, llena de curvas, de sensualidad, de generoso compartir vida, atrofiada en su desarrollo por una sociedad castrante, siempre al borde de la asfixia, incapaz de demostrar su valía y su talento, o no en la medida de lo que sería justo. La rubia se monta al tren a ninguna parte, se mueve con su exquisito contoneo, se le revuelven las tripas, tiene urgencia por llegar a algún sitio, pero eso nunca ocurrirá.

 


 

 

 

 

miércoles, 25 de mayo de 2016

Sobre Parnasos y papeles de sindicatos imaginarios


Javier Cinca Monterde es ya un clásico del mundo “underground” zaragozano. Consciente de que nunca ha querido ser “mainstream”, de que como sus gustos musicales, su paso por el mundo de la cultura iba a ser “a su aire”, a su libertad. Rehúye boatos, partes traseras de autoridades tan antojadas y tan lamidas por los trepas de siempre. Jamás ha pretendido estar, ha preferido ser. Y así le va. De bien, pues lo que a todos se nos pedirá al final del recorrido, es sin duda un mínimo de coherencia, y Javier Cinca lo cumple sobradamente.

Y toda esta reflexión al hilo de la lectura de Dramatis Personae. Los papeles del S.T.I. (STI Ediciones, 2014), su personal pasar revista a muchos años de labor como editor, como crítico y estudioso musical, como agitador cultural. Los papeles son una recopilación de artículos, entrevistas, textos memorialísticos, prólogos, todos de su autoría, que aparecieron muy a menudo en revistas de vida fugaz y escasa repercusión, o también en fanzines rompedores.






Aunque algunos de los protagonistas de dichos textos sean sobradamente conocidos (Burroughs, Canetti, Kafka), una gran mayoría son desconocidos, desconocidos para la masa, desde luego para la borreguil masa que se sacia con la basura más infecta, y que ni en sueños se asoma al mareo de cualquier abismo. Se trata de algún poeta maldito, de músicos de la experimentación, de grupos musicales de culto, de varios personajes maltratados por el “establishment”, por la “kultura” asentada y plana.

Javier Cinca ha sido el apasionado ferviente de las otras músicas, que primero abrió una tienda de vinilos en la famosa zona de bares de Moncasi en los felices ochenta, y que hace unos pocos años tuvo el atrevimiento de unir, bajo un mismo techo comercial, libros de lance y venerables vinilos.

Es así mismo, el editor que publica lo que le viene en gana: alguna novela que bien podría ser tan comercial como cualquiera, si es que en este país los grandes editores realmente publicaran lo que vale la pena, y no únicamente lo que les llega recomendado por sus amiguitos; poemarios de los crudos, de los densos, de los “beat” sin nombre en la nomenclatura oficial; pequeñas joyas que nos descubren autores extranjeros que se asomaron hace ya algún tiempo a esta tierra nuestra, o a nacionales descartados por el rígido fluir del canon literario. Y en ello sigue.

Vuelvo al libro. Se inicia con una cita nada inocente de un texto de Schopenhauer, a propósito del desprecio suscitado por los diletantes entre los eruditos. Es el avieso delito de cultivar una ciencia o un arte por el goce que se experimenta en ello. El goce que encontramos a lo largo de estas páginas de apasionado encuentro con las letras, con la música, con el arte. La intensa alegría de haber sido joven e inexperto, de haber vivido noches muy largas en bares con mucho humo y demasiadas sustancias, y ahora, de haber sobrevivido para poder contarlo.

Me interesa y me siento más a gusto con la parte más literaria del volumen. Yo también viví esa Zaragoza de la que se habla, aunque fuera diez años más tarde. Dos generaciones que inevitablemente todavía confluyeron, los restos de lo anterior flotaban en el ambiente, sus ecos permanecían.

Me arrastra ese proyecto para toda una vida, ese Sindicato de Trabajos Imaginarios, que empezó como un proyecto colectivo contra el aburrimiento y lo convencional, como promotor de aventuras musicales y boletines, de manifiestos y comunicados en la línea de las vanguardias de pro; y que, con el paso de los años daría nombre a una editorial pequeña, a una línea editorial valiente, discreta, auténtica.
 
 
 

¡Qué extraña fascinación producen los poetas malditos, los que se quedan al margen! Cómo no reconocer mi ignorancia ante la realidad de los poetas sonoros italianos. Sus nombres, sus obras, se me escapan. Javier Cinca bucea en esos mundos, como lo hizo cuando participó intensamente en festivales internacionales en sus años jóvenes, trayéndose un abundante  material que no ha querido dejar inédito.

No, el poeta Javier Cinca, editor y editado en el siglo XXI, con su notable Poemas de Londres (STI, 2008), firmado como Javier Viriato (su nombre de guerras pacíficas), no está en el Parnaso, ni el 2.0, ni en ningún otro. No creo que lo necesite.

 


lunes, 9 de mayo de 2016

La bondad y la ira (Últimas horas de Ramón Acín)



 

 

Asisto espantado a la desfachatez con la que la derecha cavernaria y sus secuaces mediáticos atacan el mero concepto de memoria histórica. Ahora los revisionistas no son únicamente los neonazis obviando el holocausto, Dios nos libre, también los populistas de nuevo cuño que se atreven a proclamar lo evidente: lo caduco de nuestro sistema constitucional, y la necesidad de reivindicar de una vez por todas a los que yacen sepultados en cunetas y fosas junto a muros de cementerios, sin el reconocimiento respetuoso de sus restos y su correspondiente dignidad.

Ahora, recordar sigue siendo malo. Lo era cuando el objetivo principal era la reconciliación, superar el pasado para construir un presente más libre. No importa que desde la llegada de nuestra débil democracia hayan pasado los suficientes años como para que una buena parte de la población no haya conocido otra cosa, con tal de que los mismos deban seguir bajando la cabeza y aceptar sin más la amnistía de los asesinos. Los cavernarios insultan a la inteligencia, acuden a sus adeptos para machacarnos a todos desde su atalaya de intolerancia, arrogantes, crecidos. Dominan los medios de comunicación generalistas. Se saben fuertes.

Viene todo lo anterior al pelo para abordar una vez más en este blog la versatilidad del formato cómic, o si se quiere, el de la novela ilustrada, versátiles para abordar cualquier asunto imaginable, también los más duros, los más silenciados. Ramón Acín fue un hombre como tantos, con sus luces y sus sombras, un destacado intelectual, un maestro de maestros, un artista, un hombre comprometido.
 
 

Y murió por sus ideas, que había defendido pacíficamente desde la tribuna, desde la hoja impresa, desde la decencia y el corazón. Merece que se haga un ejercicio de memoria, por mucho que se empeñen los herederos de quienes lo ejecutaron, para ponerle una vez más en su sitio, para homenajear su figura. Otros ya tuvieron casi cuarenta años de país rendido a sus pies, no es tanto pedir después de todo.

El autor de la parte gráfica es el también editor del libro y de otros de cómic, Daniel Viñuales con su editorial GP. En su destacable labor, recurre a un gris que se hace eco de lo lúgubre de los acontecimientos, de esa época oscura y tan olvidable de la historia de nuestro país. Ante la difícil tarea de poner en imágenes la biografía de semejante personaje elevado desde hace tiempo a mito, de relatar con sus dibujos esos momentos históricos protagonizados por Acín y otros, muestra con delicadeza y sensibilidad, seres angulosos que rebuscan en su alma torturada. Es efectivo.

Juan Pérez firma los bocadillos, el guion de esta pequeña magia ilustrada, de esta crónica de hechos y atrocidades, para recordar los detalles esenciales de la biografía de protagonistas como Acín y Galán, como también para denunciar a quienes les traicionaron. Pajaritas sobre un fondo rojo. Complicado acoplar en el espacio destinado a los textos de un cómic tantos datos relevantes, transmitir y sintetizar, llegar al matiz y saborear la esencia. La guerra, pero también la paz. La política, sin olvidar la cultura y la amistad (Buñuel, los compañeros maestros, tantos seres anónimos que pasaron por la vida de Acín, su mujer, por encima de todo su familia).

¿Se puede ser bueno sin dejarse llevar en ocasiones por la ira? ¿Permite la ira de algunos que se desarrolle plenamente la bondad de los pacíficos? ¿De qué bondad estamos hablando?

En este libro no hay respuestas, hay preguntas, se plantean cuestiones, se abordan momentos a los que asomarse desde nuestro hoy a un pasado que ya no es, que no puede ser. Las últimas horas de un ser que amó, profundamente.