viernes, 29 de julio de 2016

Cargando pilas


¿Y qué mejor manera de hacerlo como profesor de adolescentes que leyendo libros que puedan gustarles? Lo diré de otra manera, difícil recomendarles lecturas si uno mismo no las conoce. Y aquí entramos, por supuesto, ni pensar en eludirlo, en el debate de si lo que se les proponga como lecturas obligatorias en un instituto por sus profesores de Lengua deben ser clásicos de la literatura para todas las edades u obras de la así llamada literatura juvenil. ¿Y por qué no las dos cosas? ¿O más cosas? Novelas ilustradas. Algún ensayo de especial interés. Y poesía, y teatro. En el fondo, obras que sean buenas, que estén bien escritas, dejemos a un lado las etiquetas estigmatizadoras.

Empecemos con un descubrimiento. La editorial nos hace llegar algunas de sus propuestas a los profesores, y en este caso se lo agradezco por una: El libro de los rostros, de Ana Alonso y Javier Pelegrín (SM, 2015)
 
 
 

Conocía ya otro proyecto a cuatro manos de los mismos autores. Aunque tienen una larga trayectoria profesional en común, yo conocía únicamente Odio el rosa, y en concreto una de las novelas de la saga, Historia de Dani (Oxford, 2014). Consideré que podía resultar atractiva a un grupo mayoritariamente masculino de refuerzo de Lengua, una lectura sobre un futbolista de éxito en un futuro terrible en el que las marcas multinacionales dominarán todavía más el mundo. Ciencia ficción y balompié, combinación que a mí me dejaba frío. A los chicos no les disgustó. Me sorprende comprobar que en la web que comparten los autores no aparezca en el listado de sus obras. No sé muy bien cómo interpretarlo.

El libro de los rostros trata sobre una chica que aburrida con su vida decide inventarse una, en Facebook. Hasta ahí poca novedad. Es de esperar que se meta en un buen lío. Lo hace. El perfil que escoge, al azar, se corresponde con la identidad virtual (anónima) de una bloguera que destapó corrupción y tramas mafiosas, y a quien unos cuantos poderosos llegaron a odiar a muerte mientras permaneció activa. Tras un silencio, ahora reaparece, y además dando la cara. ¿Por qué? Conocer la identidad supuestamente usurpada no sólo pondrá en peligro la vida de nuestra protagonista, acabará aportándole argumentos sobre los que construir y desarrollar su personalidad, su propia identidad.

Una novela magníficamente hilada, inteligente, con dominio sobrado de las técnicas narrativas, del suspense.

 

Hablamos pues de buena literatura, la publique la colección que sea de la editorial que corresponda. Las novelas de Laura Gallego son buena literatura. Conocía ya y estaban en mi lista de recomendaciones: Finis Mundi (SM, 1999), Donde los árboles cantan (SM, 2011) y La emperatriz de los etéreos (Alfaguara, 2007).






La primera, porque un profesor de Literatura goza con las aventuras de un grupo de juglares con una protagonista “juglaresa”, recorriendo los parajes del camino jacobeo con uno o más misterios como correa de transmisión.
 
 
 
La segunda, por la belleza y el lirismo, porque de nuevo la protagonista no es la princesa ñoña y sí una mujer decidida a luchar por su amor, pero también por su lugar en el mundo.
 
 
 
 
Y la tercera, porque me sedujo ese toque de fantasía, de mundo paralelo, de realidad imaginada con aventuras y arrojo, con romance y vitalidad.

Este mes de julio he disfrutado con dos novelas más de la autora. De la mítica colección El barco de vapor. Pueden parecer a simple vista más infantiles, no lo son en absoluto.

 

La leyenda del rey errante (SM, 2002)
 
 
 

La filóloga tocando el corazoncito de este colega suyo otra vez, con una historia de un príncipe que ansía sobre todas las cosas ser poeta. Buena meta, desastrosos medios. No consigue crear verdadera belleza hasta que vive la poesía. Para conseguirlo, de nada le sirven las influencias, la educación privilegiada, las dotes excepcionales, el berrinche monumental, ni siquiera llevar a su reino a la ruina. La respuesta está donde ya no esperaba encontrarla, y llega cuando está preparado para propulsar su propio destino hacia el lugar que merece. Bonita historia, ¿verdad?

¡Y qué bien narrada! Cada vez aprecio más que me cuenten bien lo que me quieren contar. Esa es la magia de una novela, que sea fluida, que tenga dinamismo, que en nada se note la maestría de la narradora (la investigación previa sobre el mundo de la poesía árabe preislámica)  y sí las consecuencias de su arte. Laura Gallego construye una obra partiendo de una estructura en tres.

El arrogante príncipe pierde en tres ocasiones el certamen poético que él mismo convoca. Los tres premios que recibe el único ganador servirán para hacer posibles las ambiciones de los tres hijos del triplemente galardonado. Tres van a ser las etapas de aprendizaje vital por las que habrá de pasar nuestro protagonista, a la vera de los tres hermanos huérfanos que desconocen su verdadera identidad. Y del mágico tres iremos al cuatro del final del libro, pero eso no quiero adelantarlo, como dicen los chicos, no se trata de hacer un “spoiler”.

 

El coleccionista de relojes extraordinarios (SM, 2004)
 
 
 

No puedo demostrar tanto entusiasmo como con el anterior, y eso que este libro es de factura correctísima, cumpliendo con varios de los requisitos imprescindibles para ser recomendado a adolescentes: la trama está llena de misterio y suspense de principio a fin, el protagonista es alguien con quien muchos chicos se identificarán fácilmente, y la historia es una fantasía de planos paralelos e inquietantes de las que tanto les atraen.

Laura Gallego plantea una de sus inquietudes favoritas: el tiempo. La magia maravillosa que supondría controlarlo. El abismo que supone afrontar su paso, ese futuro que es incierto, la eterna inclinación de los humanos por la inmortalidad de la que carecemos. Todo ello en un escenario doble: una ciudad que bien podría ser Toledo (o cualquiera de las antiguas joyas urbanas patrimonio de nuestro país) y su otra cara en el espejo de lo inasible.

De Ciudad Antigua a Ciudad Oculta. Y es cuando entra lo esotérico, simbolizado convenientemente por algunas de las enigmáticas figuras de las cartas del Tarot. ¡Quién no ha pasado una noche en vela por miedo a que la noche sea una entidad tan real como lo que imaginamos! Desvelados por el cuento de perros ávidos de sangre humana, por los seres extraordinarios que escapan de las fronteras de sus oscuros dominios, por la estremecedora voz de quien nos narra sus antojos, sus miserias, su negrura. Y al final, la superación personal como único camino hacia uno mismo.

 

Este septiembre llegará, y tendré las pilas cargadas.

 

 

 

 

 

jueves, 28 de julio de 2016

Para que luego digan de los nórdicos


Es la segunda novela gamberra de producción por allá arriba, que además de resultarme desternillante, tiene ese puntito de crítica social que la completa. El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson (Salamandra, 2012) para muchos será algo parecido a una broma de mal gusto. Su humor es decididamente negro, me temo que el que pueden llegar a gastarse por esas latitudes del frío, pero es una manera de reír que creo inteligente, meditada, también cruel y despiadada. Me ha gustado. Mucho.
 
 

La primera novela de las que he mencionado fue La dulce envenenadora, de Arto Paasilinna (Anagrama, 2008), que conocí gracias a mi querido Club de Lectura de la biblioteca de Zuera. El título da una buena pista. El autor finlandés acierta al presentarnos a una mosquita muerta capaz de hacer todo lo necesario para deshacerse de quien perturba su vida. ¿No son los protagonistas más terroríficos de nuestras pesadillas otros mejores que las ancianitas, las muñecas de porcelana, los juguetes aparentemente inofensivos y todo aquello que pertenece no solamente a nuestra cotidianeidad, sino a lo más tierno e inocente de nuestras existencias?
 
 

Desolador base para derruir la muy superficial construcción de nuestra civilización, atenta mucho más a las apariencias que a lo profundo. Me encanta comprobar que estos borrachuzos suicidas vikingos nos llevan años de ventaja en retorcerle el cuello a los prejuicios identitarios, a la moralina sin tachas más cavernaria. Son gigantones secos y serios, pero qué bien se carcajean hasta de su madre.

Vuelvo a la novela objeto de esta entrada. Lo de hacer reír es una cosa muy seria, y muy difícil. Nuestro autor sueco lo logra con una enrevesadísima trama de doble estructura alterna. Nos va transportando en un largo flashback desde los principios de la biografía de nuestro nada senil centenario protagonista hasta la época actual, el otro eje de la narración. Su pirado escandinavo recorre la geografía planetaria, y en su desplazamiento temporal va cruzándose en el camino de algunos de los principales líderes mundiales, compartiendo protagonismo con ellos en varios de los hechos más relevantes de la historia contemporánea.

El vejete se ve involucrado en guerras, en traiciones, en complots. La política le aburre. En realidad, es un ácrata redomado. El anarquista en estado puro. Le resbalan las consignas de la izquierda, ha vivido el gulag, lo más oscuro del estalinismo. No cree en los dogmas neoliberales de un capitalismo que le viene bien mientras le viene bien dado, pues no confía en su democracia opresiva y limitada. Al final, todos los grandes que pasan por su vida acaban siendo parecidos en su irrelevancia.

La complejidad estructural y la ambición (reprochable, lo admito) del autor, nos alejan de la simpática desvergüenza de Paasilinna. Y sin embargo, cuando el peso del número de páginas me hacía dudar del acierto de Jonasson como escritor, recordaba la escena del matón aplastado por el enorme culo de una elefanta acogida en una plácida granja de la profunda Suecia, y volvía instantáneamente a reconciliarme con la obra.

Me encanta pensar en ese hombre que resiste un día más, y que lo hace con dignidad. Es un saco de pellejos, una ruina andante, pero uno de esos túmulos con mil enigmas por ser descubiertos. Me agrada la alegre cuchipanda de desarraigados de todas las edades y orígenes que acaban siguiendo a nuestro centenario en sus correrías.

Me motiva comprobar que alguien más dice en voz alta que las autoridades del país menos corrupto del planeta, pueden ser tan imbéciles como los impresentables al cargo, que sufrimos por aquí. Me hace sentir vivo. Me hace querer seguir viviendo. Con la sonrisa en la boca que ni políticos, ni jueces, ni fuerzas de seguridad, ni ejércitos, ni demás acólitos de los poderosos, van a conseguir quitarme. Gracias, abuelo.

 

 

 

 

 

miércoles, 27 de julio de 2016

La familia y otros asuntos, bien gracias


Afortunadamente, habría hecho caso de todos modos a mi habitual consigna para alumnos, llegar hasta la página 100 antes de desechar la idea de que un libro vaya a engancharnos. Creedme, muy a menudo lo hace, y con La vista desde Castle Rock, de la reciente premio Nobel, la canadiense Alice Munro (RBA, 2008), me ha vuelto a ocurrir.





La Munro parece haberse hecho famosa por escribir novelas que lo son tan sólo en apariencia, y que en realidad son colecciones de relatos. Es el caso. Y los primeros de este volumen, los que dedica a sus ancestros migrantes, los que dejaron su Escocia natal para asentarse en el nuevo mundo, esa parte de la historia familiar me ha dejado frío.

La prosa de la autora canadiense se desenvuelve con un dinamismo radicalmente distinto cuando acude a sus raíces más remotas, al presentarnos a esos personajes que conoce por haberlos investigado, por documentos reales o inventados, que son crónica histórica, retazos de un fluir social que se antoja añejo y poco más que polvoriento. Intenta ser objetiva, o eficaz, o hábil a la hora de recrear otras épocas, y acaba siendo áspera, difusa, apenas atractiva. Se caen de las manos esas páginas que permanecen en la memoria como una especie de epílogo entre lo sesudo y lo académico. Por fortuna, nada que ver con el resto del libro.

Me ha seducido esta gran escritora cuando se aproximaba a los suyos, a los más cercanos, a sus padres, a sus abuelos. Me ha arrastrado el vendaval de su escritura cuando se aproximaba a su niñez mísera, o tal vez tan solo de escasez, a la verdadera medida de sí misma.

Curioso averiguar que la autora nunca había escrito textos tan personales como estos. Entonces, cabe plantearse si todo lo que había escrito previamente era preparándose a enfrentarse con sus orígenes. Los borda, borda estos relatos crudos, descarnados, directos, rotundamente sinceros. No escatima verdad, y no hablo de que pase la prueba del biógrafo más exigente, en absoluto. Me refiero a que se retrata a sí misma, y lo hace con los suyos, y resultan personas como las que respiran, sufren, sienten o no padecen. Como usted y como yo, a miles de kilómetros eso sí.

¿Cómo debe exponerse un escritor en el momento en que se convierte en un personaje? Ha de resultar tentador redimirse, suavizar los ángulos, concentrarse en los detalles, rebajar las aristas, mentir. La niña que nos presenta Munro no me cae simpática. Es caprichosa, cruel, retorcida, a menudo insensible. También es decidida, enérgica, inteligente, inquieta. Su realidad nos la muestra en esa cotidianeidad aplastantemente prosaica, la que agota los minutos de un día, la que llena de grisura la existencia más exigente, la que todos podemos conocer. Y por eso es plena, creíble, auténtica.

Siempre nos quedará Canadá, o quizá ya no tanto.