Reseñas

A continuación, reseñas de obras escritas por:

Luz Rodríguez                            Marcos Callau                        Federico García Lorca             

Benjamín Prado                          Siri Hustvedt                           Ángela Vallvey                                    

Antón Castro                               Chusé Raúl Usón                   Gabriel García Márquez

Carlos Castán                              Begoña Abad                         José Malvís

Chusa Garcés                              Lamberto Alpuente                Javier Neveo

Sergio Ramírez                           Amin Maalouf                        Antonio Pérez Morte

Alfredo Benedí                            Roberto Malo                         Blanca Langa

Antonio Capilla                           Óscar Sipán                             Eloy Tizón

Julio Rodríguez                           Míkel Sanz Tirapu                  Eva Antón Bravo








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Camas de faquires, de Eva Antón Bravo (Uno Editorial, 2015)


 

La cuidada edición del primer poemario de la bilbilitana, filóloga, profesora de secundaria, fotógrafa aficionada, nómada vocacional y bloguera (http://esaquesisoyyo.blogspot.com.es/) está llena de esas púas que se clavan en la piel sensible de las emociones de un lector, para desgarrarle con precisión, para despertar la reflexión.




No es casual que los poemas del volumen me hayan ganado, la autora hace un repaso concienzudo de las distintas facetas de cualquier ser humano, mastica con deleite los entresijos existenciales de cada uno, y nos devuelve  a la realidad vivida, auténtica, con la magia de las palabras, las que aluden a lo que permanece de nosotros cuando transcurre el tiempo, las que son además, referencias a la vez personales y universales.

Se trata de poemas breves, incluso muy breves, siguiendo el magisterio de su (casi) paisano Baltasar Gracián. También se aprecia ese toque epigramático, afilado, tan aragonesamente “somarda”, de aquel otro genio, nacido también en Calatayud, Marcial. Se pueden percibir por otra parte, en el fondo de estas composiciones directas por descarnadas, sin que se caiga en la burda cita programática y culturalista, las lecturas reposadas de la poeta, analíticas; tanto como rezuma en el poemario la observación acerada y crítica del entorno.

Hay espacio para el haiku. Cabe el surrealismo cotidiano. Quedando lejos de la ocurrencia, el ingenio desatado crea juegos con las palabras. Eva Antón aborda sin miedo sus fetiches literarios. Nos sirve retazos de otras lenguas, salpicándolos con la predilección de quien valora el viaje hacia el interior de uno mismo, así como el del políglota. En suma, saca a la luz el faquir que todos somos.

 

 

ELLOS

                                                                              Para Sandro

 

Ellos son viejos, gastados,

y se besan.

Han vivido millones de segundos juntos

y se abrazan.

 

Tienen el paso lento, la voz cansada:

 

Son dos ángeles jubilados, camino del cielo

de la tercera edad.

 

 


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Mi nombre en tu voz, de Míkel Sanz Tirapu


 

He de reconocer que mi conocimiento de la literatura en euskera es escaso, por no decir nulo: soy fan de Obababoak de Bernardo Atxaga, y de los poemas suyos que he leído, pero apenas nada más.

Por eso mismo, he sentido curiosidad y un alto grado de fascinación al enfrentarme a la traducción vasca de los poemas (originariamente escritos en castellano) de esta hermosa edición bilingüe del poeta navarro Míkel Sanz Tirapu, miembro del Ateneo de Pamplona y decidido activista cultural y político. Admito haber leído en voz alta esas palabras sonoras y exóticas, capaz únicamente de vislumbrar que la organización gramatical ha de ser muy diferente de la del castellano, y que solamente algunos vocablos remiten a un origen común.
 
 

El poeta navarro, recitando uno de sus poemas, invitado por el Ateneo Jaqués.
 

Las composiciones de esta obra de Sanz Tirapu son breves, muy breves. Conociendo al poeta, he de suponer que algunas esconden algún tipo de juego con los versos, con el número de sílabas, con la estructura oculta del poema. Son contundentes, esencia porque la brevedad permite este empeño casi epigramático de tanta tradición y tan excelentes resultados. Ya lo decía mi paisano Gracián, doblemente bueno lo que no se va por las ramas, hasta hacer desaparecer el bosque, añadiría yo.

Coincido con el autor en la valoración del trabajo visual, con la disposición de las palabras en un verso. Sin necesidad de llegar al caligrama, lo que las líneas en su discurrir plácido o abrupto, sensual o atosigado, crean sobre el blanco de la hoja, tiene una fuerza que muchos poetas hemos decidido atesorar, y hacer nuestra si es posible, en poemarios.

El amor, como materia poética tiene el riesgo de desbordar el rigor necesario en cualquier proyecto artístico, pero templado convenientemente, como sentimiento universal que es, nos acerca sin remedio a lo que el poeta desea expresar, aportándonos además pistas para recorrer el camino de esos versos enamorados. De estos versos enamorados.

 

XIV

 

Echar de menos

tus dedos

                                                                                                              en mi espalda

 

cuando

la soledad

                                                                                                              de mi mano

 

recuerda

tus caricias

 

 

XIV

 

Nire bizkarrean

zure hatzen

                hutsunea

 

sentitzen dut

 

nire eskuaren

                               bakardadeak

 

zure laztanak

                               oroitzean







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“Tierra batida” de Julio Rodríguez


 
 
 

En la solapa de este poemario, ganador  del último premio de poesía Hermanos Argensola, se habla de su “coloquialismo lírico”. Empezaré diciendo que tal concepto me atrae como autor que soy, que la idea de crear en diálogo directo con la realidad más cercana al poeta, en una dialéctica que se demuestre auténtica, me parece una manera convincente de producir poemas sinceros, vividos, completos. Me he quedado con la cita, y al leer los versos del autor ovetense, me ha llegado su discurso de “literaturizar” lo cotidiano, aunque quizá eche en falta un poco de “eso lírico”, la lírica  que se anunciaba en la mencionada presentación de la obra.

La realidad del día a día parece imponerse especialmente en la primera sección del poemario. En la segunda, y con el aspecto de una poética versionada, se  nos muestra desde diferentes ángulos el proceso de creación. La tercera parte se convierte en una (des)declaración de principios vitales. Y con la cuarta, última, y sin duda más intensa, portadora del mismo título que el general del volumen, se desemboca gradualmente en una reflexión –magnífica- sobre la existencia, la muerte, sobre lo que al final importa y lo que no.

Me siguen preguntando por qué es tan difícil la poesía. No tiene que serlo en absoluto, quizá lo dificultoso sea aventurarse en los caminos tortuosos de las vivencias de una persona, en los vericuetos íntimos de ese exhibicionista que resulta ser aquel que decide publicar sus poemas. Lo importante en este asunto, es internarse con una sensación de interés y plenitud en esa creación de otro. Lo esencial, deshagámonos de lo evidente, es recrearse en los versos que nos tocan, en los que nos transmiten algo, lo que sea. De todo lo que me ha hecho sentir este libro de Julio Rodríguez, destacaré el siguiente poema, que tiene (al saborearlo) la textura de un microrrelato; y por ello mismo, uno de esos finales que calan:

 

HOSPITAL

Me miraba en silencio, recostado

en la cama extraña en la que yacía,

sin moverse apenas,

sobre el duro colchón de aquella vida

que le había tocado en suerte.

Me miraba sin rabia ni ternura,

con lentitud (¿qué prisa

ha de tener quien sabe que la muerte

le ha echado el guante y no se piensa ir sola?).

Su cuerpo era un saco de cemento

que los años habían dejado caer

sobre aquella cama de hospital.

Tendría unos ochenta años,

con cierto parecido a Anthony Quinn

en sus últimas películas,

un campesino rudo de los Abruzos,

tal vez un albañil, un hombre de esos,

capaces de construir

su casa con sus propias manos.

Me miraba esperando que le dijera algo,

cualquier cosa; no en vano,

ningún extraño se acerca

a un moribundo sin una buena razón.

Pero no dije nada: no sabía su idioma

ni sabía entonces que el dolor

habla la misma lengua en todas partes.

Sólo supe quedarme allí plantado,

aguantándole la mirada, mientras

en la cama de al lado la enfermera

extendía una sábana

sobre el cuerpo muerto de mi padre.







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Cuando no basta una buena técnica


 
 
 
 
 
 

De ninguna manera puedo poner en duda la capacidad de juntar palabras acertadamente de un maestro de escuela de escritores, de un magnífico artesano de la narrativa. Me refiero a Eloy Tizón, tras la lectura (esforzada) de su colección de relatos, de tan oportuno título: “Técnicas de iluminación”.

Hace tiempo ya que me planteé lo vacío que puede llegar a ser el discurso de un escribidor (en esas circunstancias me niego a llamarlo escritor) que maneja a su antojo el lenguaje, de forma brillante, pero sin decir nada en realidad. Esa forma por la forma, esa belleza por la belleza, razón de existencia para (supuestos) genios como por ejemplo, Góngora. Y admito que en ese retorcer los conceptos, las imágenes, en suma, las palabras, hay mérito. Como mérito hay en algunos de los relatos de esta obra, que por muy redondos que sean en lo técnico, también son vacuos en el contenido.

No es así con todos los relatos. Varios de ellos me parecen completos en todo, rompen con lo más arriba indicado. Emocionan, comunican, cuentan. Y además, y por añadidura, son perfectos en su técnica. Y es entonces, cuando la técnica ilumina. Es más, en esos momentos resplandece, asombra, determina, incluso nos hace reconocernos en la creación.

Excelente es el relato titulado “El cielo en casa”. Magnífico el personaje con tan improbable nombre como el de Usted. Escalofriante el testimonio de la narradora, que nos dice en un pasaje de increíble crudeza para cualquiera que posea cierta inclinación literaria: “Escribo esto sin releer, a mi aire, con la punta del corazón ardiendo, dejándome arrastrar por el libre juego de la mente con las palabras. No soy una intelectual, lo sé. Tampoco soy una artista, eso está claro. Si lo fuera, ya lo habría sido hace tiempo.”

Igualmente buenos son “Volver a Oz” o “Manchas solares”, los recomiendo tanto como el anterior. Ambos hablan de las bromas que nos gasta el destino. Los dos toman lo cotidiano para transcenderlo, aunque lo del día a día tenga nombre de fantasía mítica, y esté compartida con el mismo material con el que se rehacen los sueños. Los demás relatos, léanlos, saquen sus propias conclusiones, y ojalá les ilumine la técnica…







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Mitómano empedernido y sin tapujos busca lectores que se dejen seducir, o al menos que eso digan mientras en realidad, son los que principalmente gozan…


 
 
 
 
 
 

Embelesado he quedado tras la lectura de los relatos magníficamente escritos del volumen de Óscar Sipán, “Quisiera tener la voz de Leonard Cohen para pedirte que te marcharas”. Después de disfrutar con “Avisos de derrota” (2008), con la prosa inconfundible del autor, descubro para mi sorpresa (ninguna indicación en el libro de que se trata de una recopilación) que ha reciclado hasta seis de los diez relatos que incluyó entonces. Parece lógico entonces, que si la tercera parte de esta colección de relatos me entusiasmó entonces, lo vuelva a hacer ahora, aunque sea con el regusto del “déjà vu”.

 

Vuelvo a quedarme con la pasmosa facilidad con la que Sipán maneja nuestra lengua, de una forma elaborada, exquisita, redonda. ¡Cómo consigue envolvernos del aura de los personajes que pueblan su abigarrado altar de dioses y diosas, cómo nos transporta a la atmósfera de los lugares más diversos –desde los Monegros exóticos por desconocidos, hasta las capitales de la cultura y del mundo-, cómo nos hace olvidar la acumulación de algunos retales (léase, microbios) en su gloriosa boutique atemporal!

 

A menudo un título descarga como una tormenta, con ese aroma fresco que permanece en el ambiente. Es una carta de presentación…







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El poeta andaluz, Antonio Capilla, afincado desde hace años en Pozuelo de Alarcón (Madrid), y hasta hace bien poco compañero de profesión, publicó el año pasado con Huerga y Fierro, su poemario “El águila de fuego con las alas del tiempo”.

 
 
 
 
 

Tuve la oportunidad de conocer algunos de los poemas del volumen en la voz de su autor, durante la “Copa de letras” del mes de marzo en Calatayud. La obra ahora me llega también desde lo visual, a partir de las ilustraciones de Luis de la Mata Cid, incluidas en la obra, y cómo no, de los propios poemas negro sobre blanco.

Siento en sus versos las trazas de muchas lecturas bien aprovechadas, como así mismo se comprueba la profunda asimilación de esas voces clásicas, de esos modelos imprescindibles. Quizá se me antoja un poco excesivamente apegado a esos rigores técnicos que a mí me suponen ataduras, pero que intuyo Capilla toma como directrices para la plasmación de su voz poética.

El autor reconoce escribir siempre poemas de amor. Y es que amor es lo que lleva al escritor a mirarse en el otro, a reivindicar la justicia, a conjurar la esperanza, a sentir. Las metáforas, la belleza de las palabras cuidadosamente reunidas, no impiden al poeta ser consciente de que hay “mala gente que se engolfa / robando con avaricia, / listillos de baja estofa / que al pueblo llano arruinan”.

Recurro para concluir, a los últimos versos del volumen, que me parece sirven para hacerse una idea de lo que se encuentra en sus páginas, en la forma de una  declaración de principios y de estilo: “La poesía es talismán / que suspende los sentidos, / es verdad en la ficción / que en belleza cristaliza, / y es amor que lleva al éxtasis / y en el éxtasis culmina.”







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Los que en nuestra niñez despedimos con honores a uno de esos pobres gorrioncillos que caían de los tejados, sabemos a qué se refiere Blanca Langa en “Cementerio de gorriones”.


 
 
 
 
 
 

Empezaré diciendo que este poemario, reeditado en 2011, y ganador del premio “Gerardo Diego” de poesía en 1988 –por el fallo de un jurado integrado por nombres tan sonoros como los de Luis Alberto de Cuenca, José Hierro y Luis Mateo Díez, entre otros, ahí es nada-, es un hermoso ajuste de cuentas con ese periodo infantil y juvenil de la vida de la autora, una especie de broche final estético.

En ese repaso vital aparecen los héroes de muchas infancias, de la mía también: Roberto Alcázar y Pedrín (aunque fuera en álbumes amarillentos por el paso de los años), Pulgarcito,  el Capitán Trueno, Peter Pan. Del terruño a lo universal, de las raíces en los cuentos tradicionales, a la magia de esos personajes de cómic que llenaron tantas tardes de lecturas, de primeras lecturas, iniciadoras, inolvidables.

Echamos la vista atrás, compartiendo la voz protagonista y su testimonio, y podemos aventurarnos por esos pasillos de la memoria, reencontrarnos con el oso de trapo, con las muñecas, con el sol pleno, con las tardes interminables, con los juegos, con los recuerdos. Hay algo de declaración de principios, de barruntar el futuro que llega, de asumir con cierta entereza la melancolía de lo que quedó atrás, la firme intención de vivir el momento presente.

La edición cuenta como aportación extra, con las ilustraciones de la pintora Mercedes Torres López, magníficos óleos y dibujos a lápiz, que transmiten una serena aproximación a la realidad cercana, a la experiencia compartible, a la belleza cotidiana de lo que nos puede hacer felices. Es una gozada pasar las páginas del volumen.

A continuación, incluyo un poema que puede servir para hacerse una idea de lo que rezuma de este tan sentido, pero también tan elaborado libro:

 

Hay un oso de trapo

con cara de esqueleto

y con ojos de otoño,

unos libros de cuentos cosidos a mis manos,

una muñeca triste que se enquista en la noche,

unas flores gastadas en un viejo jarrón.

 

Fotografías rotas

con ecos de aviones

y con muchos kilómetros de viaje.

 

A veces,

me cuelgo de las botas la sonrisa

-para andar-,

las esperanzas entre mis libros,

el vino que no bebo, mi tabaco

-para poder soñar-,

y me escondo el corazón entre las manos

-por si araña la angustia-,

y me olvido de ese oso de trapo

y de los cuentos,

de la muñeca triste, del avión…,

me pongo un chal de risa por los hombros,

miro al sol

y vuelvo a caminar.








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¿Hasta dónde se puede llegar, partiendo de una “boutade”?


 



 

Está claro que mi sentido del humor no ha conseguido apreciar en su medida la diversión que plantea Roberto Malo en su novela “El último concierto de David Salas”.

Por desgracia, sólo he sido capaz de ver los ripios en las letras de las canciones de un antihéroe, el protagonista yonqui, mujeriego e inmaduro.

Lamentablemente, lo que me ha ocurrido según me dicen personas de mi entorno, con miras más amplias, es que se me ha escapado la no muy fina ironía con que se satiriza la muy fallida existencia de un Peter Pan que no sabe amar a las mujeres, que huye de las responsabilidades, que frivoliza con todo lo que importa, que no sabe mirar, que desconoce y no se arrepiente de su ignorancia,…

A lo largo del relato, nos enfrentamos con un protagonista (y en la práctica, único personaje con cierta relevancia del libro) de ego desatado, que debería haberme hecho reír a carcajadas, y que sin embargo, ni tan siquiera me ha despertado una sonrisa, salvo muy de cuando en cuando.

No todo ha sido negativo en esta lectura. Felicito al autor por la original configuración narrativa. Al construir la historia al modo de los muy actuales microrrelatos, ordenados además conforme a sus títulos y de forma alfabética, no solo amolda el discurso a la moda, también aligera la estructura y al mismo tiempo crea un ritmo ligero, muy acertado.

Léase esta reseña como en un espejo. Uno de los dos lados es el que refleja la realidad. O quizá lo hagan los dos… Consciente de que hay lecturas más benevolentes que la mía, incluyo el siguiente enlace:






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“Palabras de amor para esta guerra”, de Begoña Abad de la Parte (Baile del Sol, 2013)


 

La prolífica autora riojana (de origen burgalés) presenta estos días su nuevo poemario. Me pilla en falta, he necesitado algo más de un año para leer uno de sus anteriores poemarios, el que nos ocupa. Lo adquirí una mágica tarde-noche del 1 de marzo del 2014, durante la cual tuve la dicha de conocer a la poeta y narradora, en el marco de un encuentro con ella, organizado por la Casa de Zitas en la capital aragonesa. Como ya hice mención de lo que ese encuentro significó para mí en otro lugar de este blog, a mis palabras de entonces me remito. En esta ocasión, ya tengo argumentos para reseñar el libro del que tomó muchos de los poemas recitados durante dicho acontecimiento.
 
 
 
 

Begoña Abad ama, escribe sobre el amor. Ama a los seres humanos, con sus imperfecciones, con sus desdichas y sus maravillas. Vuelve atrás sus pasos con los versos como única arma, para reconstruir relaciones y puentes tendidos con los seres humanos de su entorno. Aunque no se conforma con eso, pues sabe mirar su sociedad e inconforme, tanto como inconformista, siente la necesidad de denunciar lo que ve y no le gusta. Por eso lo de la guerra. Los que hemos escuchado sus dulces y poderosas intervencione,s sabemos seguramente de qué guerra está hablando.

Es la guerra del capital y de la llamada casta contra todos los que formamos la base de su pirámide de abusos. Es una sucesión de batallas contra los derechos humanos, contra la educación y la sanidad públicas, contra el reequilibrio social, contra la justicia en suma. Todo lo que tanto y tan sacrificadamente costó conseguir, se va desmoronando lentamente. Begoña Abad nos hace entender que no podemos dejar que ganen, que tenemos que levantar la voz y sobre todo el pensamiento, para derribar a quienes quieren hacer de sus privilegios única ley.

Una vez más tenemos la oportunidad de escapar de los cantos desquiciados y nauseabundos de esos encantadores de serpientes. Está en nuestras manos quitar el poder nominal a quienes, miremos hacia Grecia, no se dejan desposeer fácilmente de su autoridad sin autoridad moral. Tengamos al menos la dignidad de no caer por enésima vez en las mismas piedras, puntiagudas y aparentemente invisibles para tantos, las que realmente producen el desgarro social en el que vivimos y sufrimos.

Muy agradable la edición de los canarios Baile del sol. A ratos me queda la sensación de que hay meandros en el desarrollo de por sí apacible (también contundente) de este libro. No voy  a negarlo, me impactó más la selección de poemas de este volumen (así como de otros suyos) realizada por la autora aquel día, y todavía me impresionó más articulada esa selección con su voz, acompañada de sinceros pies de página orales, mientras desgranaba con autenticidad sus proclamas que nada tienen de autoproclamas, de panfletarias, de autobombo. Y esto último se agradece y mucho, en un mundo en el que los egos apagan sin sofocar, el incendio terrible que nos asola, con ecos rimbombantes que no llegan a decir nada. Gracias por existir, Begoña Abad, por compartir tu voz desde el rincón de lo cotidiano.











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¿Y alguna vez hubo más estúpidos y felices?


 

Alfredo Benedí en su recomendable novela Estúpidos y felices, STI ediciones 2013, se aleja de tonterías maniqueas y muestra sin medias tintas hipócritas, este mundo nuestro en el que los narcos son lo que son, traficantes de felicidad (que sea falsa, es otro asunto, claro), muy peligrosos, pero fundamentalmente tan humanos como cualquiera.
 
 


 
 
 

La obra va dando “tumbos”, dejémoslo en que el autor comparte conmigo y con unos cuantos, la inclinación por los viajes de descubrimiento, tantas vueltas como da el “género” que distribuyen los comerciantes más populares del planeta. Se trata precisamente de uno de los atractivos de la novela, para los amantes de la prosa de acción, y que a mí también me ha atrapado: los escenarios múltiples para una violencia que nunca es gratuita (las “vendettas”, las represalias, los ajustes de cuentas, el marcaje de límites, el reconocimiento en ese animal que seguimos siendo).

Es inteligente, y a su manera arriesgado, ocuparse dentro de la trama (porque la literatura aparte de entretener debería situarnos ante las realidades, incómodas o no) de las conocidas conexiones entre la política –y no sólo de los extremistas y fanáticos- y la fuente de financiación más rentable y de fiar en el mundo. Los hilos de la telaraña psicotrópica se extienden y se cruzan, manipulan y contagian, recomponen a seres humanos y los envalentonan cuando sacan fuera sus peores instintos, matan y alimentan, se retroalimentan.

Otro acierto principal, el protagonista. Uno de esos antihéroes reconocibles ya desde las páginas de la mejor literatura negra. Un tipo con ese sudor pegajoso y pestilente de quienes jamás llegan a encajar en la sociedad “bienintencionista” y políticamente correcta, de Bambis y progres gafapastas, justo ese elemento perturbador por verdadero y directo, el perfecto acompañante para ir al infierno de las drogas.

Su puta, su moro, su barrio, su alcoholismo, su esencia de policía marginal. Está claro que esa escena memorable en la que consigue convencer a un joven recepcionista de hotel de lujo para que se juegue el pellejo por él, además de cortar el aliento del lector por el logradísimo suspense, también aporta verosimilitud a esta novela de tensiones y emoción.

Los personajes de una buena historia nunca deben acartonarse bajo el peso de una sesuda documentación, y sin embargo, es admirable la esencial autenticidad que se desprende de unos diálogos directos, equilibrados, contundentes y concisos, casi hirientes en su ir a la diana, provistos a menudo del vocabulario que corresponde a la circunstancia social, al origen económico, a la procedencia geográfica.

Más que lobos, hienas los unos para los otros. No es ésta la cara más amable de la humanidad, pero sí con todos los matices necesarios: la prostituta que se entrega a un amor sin nombre y sin etiquetas, la camaradería de quienes a veces se enganchan en la misma verja traicionera, los modales imposibles entre una reina del narco y su apoderado en las Vegas –estoicamente enamorado, en secreto y sin acabar de admitirlo, de ella-.








Y por si faltaba poco, con banda sonora. Con voluntad de ser pieza híbrida entre literatura y cinematografía. Se mascan los narcocorridos del argumento, se sienten en el fondo humeante de algún bar los entrecortados compases de más de una pieza de rock, del rescatado del cajón de los favoritos de siempre, perfilándose así mismo la lúgubre y sanísima costumbre de acompañarse del licor que sea, y cómo no, la voz desgarrada de quien con sus canciones nos hizo soñar, y amar, y olvidar.

Carlistas, montoneros, un negro misántropo y certero, dos españoles errabundos y destartalados, rugby en Argentina, el despertar del gigante chino, la corrupción española, matequila, cárteles y sus secuaces, la Barcelona que no se ha enterado de que tiene Barri Gótic, la silenciosa embestida de unas clases contra otras, el lujo hortera, la miseria entrañable y hedionda, todo en menos de cuatrocientas páginas.

Un pequeño gran milagro de escritura y de edición, que como bien podría decir el “alma páter” de la editorial STI, Javier Cinca Monterde, de haberse gestado en la capital del reino, de este centralizadísimo e injusto país, quizá habría tenido otra repercusión, mayor y correspondiente con su valía. Queda dicho.

Disfrútenla, señores, estúpida y felizmente.









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Las despedidas también pueden ser bellas…


 

Tras la lectura de “El pez de la despedida” de Luz Rodríguez, queda el poso de la belleza del volumen, intensa combinación de los cuidados versos de la autora, de las “abisales” ilustraciones de María Maynar, y del entusiasta trabajo como editor de Paco Rallo, quien da comienzo con este libro a una colección de poesía que se augura artística en todas sus facetas.
 


 
 

Las palabras elegidas por Luz Rodríguez deslumbran, relucen, quedan como remanso de lo que en su concepción como poemas fue ese punto inicial de inspiración, después de la batalla que todo poeta vive para reunir en sus poemas el contenido que desea expresar y las múltiples referencias culturales que le apoyan en su labor.

De esta manera, los propios poemas se convierten en imagen, tomando formas que nunca son caprichosas, que van más allá del límite del plano, de las dos dimensiones que propicia la escritura. Luz Rodríguez artista disecciona la realidad para reconstruirla en las letras, en las estrofas, en esa luz que se refleja y revive en las ilustraciones que las acompañan.
 


 
Ilustración de María Maynar.
 

La casa nueva resulta vieja. Los ojos se convierten en  c  i  e  m  p  i  é  s. Se detesta al hombre al que tal vez se desea. Y se miente, y se entiende, y se regresa. El pez de la despedida se hunde, renace, nunca termina de decir adiós. Y nosotros nos paramos a escucharlo, y no estamos seguros de saber si todo lo que quiere decir puede estar en nosotros mismos, y todo al final queda en ese título tan de cuadro para una exposición de lo que es infinito: “Tempestad desde paisaje interior con abrigo”.

Felicidades por tu libro, Luz.












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Y el viento se convirtió en declaración de

 amor…

 

 



Como Marcos Callau, con su “Concierzo de viento” (12 poemas + 1 vendaval), ya había “escrito una ciudad”, estaba preparado para abandonarla. Se deja una ciudad puesta en letras, las de sus puentes, las de sus calles y plazas. Letras que despuntan en las palabras con las que recoger semejanzas y diferencias con otras ciudades reconocibles o imaginadas. Se abandona la ciudad que compone un cuerpo amado, la ciudad que somos cada uno de nosotros.

 


 


Apasionado melómano, especialista en Frank Sinatra, activista cultural ahora afincado en Jaca, alma de esa imprescindible asociación que es el Ateneo Jaqués, Callau recrea en su poemario una ciudad que es Zaragoza, que se refleja como en la misma portada en su río totémico, que se ve desarbolada e identitaria a través de su totémico cierzo, y que es también, y sin necesidad de traicionar nada ni tampoco a nadie, la urbe de las canciones favoritas, de las películas de toda una vida.


Los amantes, todos los que aman, son –somos- los que apuran un café en uno de esos locales casi místicos, los que comparten la afición por el séptimo arte, los que acunan su pasión con alguna de las melodías que permanecen como clásicas. Esos amantes pasean por las páginas de este libro referencial, hasta que los vientos más distintos, cierzo y tramuntana por elegir algunos, se convierten en uno.


Y después de todo, al final de la canción, regresar a la ciudad que se escribió. Regresar cuando es otra historia, de bolero, poesía, de árboles que se abrazan para llegar a ser corteza. Un poemario que conecto con una forma de engarzar poemas que me gusta y encuentro en poetas como Estela Puyuelo, Lucía Pons Escrich, José Malvís o Javier Castán, una poesía de lo vivido, de lo cotidiano hecho letra, de la magia eterna de lo que nos emociona, de lo que nos enamora.


 


“Cuando ha caído la tarde


el cierzo en bandadas


vuela para morir en el Ebro
mientras el caminante perdido
intenta encontrar
unos ojos
sin rastros de viento.”
 
 
 
 


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Ese oscuro y sórdido mundo, el que se esconde en las bambalinas de lo literario…

(Publicación en Facebook el 12 de noviembre de 2014)



 

Es precisamente la plasmación de ese panorama desolador de lo más interesante, de lo más destacable en una novela por otra parte muy mediocre, “Muerte entre poetas”, de Ángela Vallvey, y por si faltaba algo que añadir, y para más sarcasmo, finalista del Premio Planeta 2008.





En ese año de fastos en mi tierra, y dejo para otro momento hablar (mal, claro) de los premios literarios, se galardonó a una novela que seguramente se vendió con ese toque pelín subversivo de la escritora que saca a la luz los trapos sucios de un mundillo al que ella misma pertenece –y no podía ser de otra manera, el “señor Planeta” tuvo a bien destacarla de entre los humildes mortales que producen novelas, para elevarla al (incierto) olimpo de los elegidos-.

¿Qué añadiré? En una trama aceptablemente entretenida, la intriga desaparece hasta llegar a los mínimos más mínimos. Los personajes son un compendio de los tópicos que cualquier conocedor del mundo literario maneja a la perfección. El desarrollo de la supuesta investigación no puede ser más previsible. La trama es difícilmente creíble: una reunión de poetas para homenajear a otro, ya fallecido. Lástima que la poesía en nuestro país tenga tan escaso glamour en estos tiempos, si es que lo ha tenido en algún momento. Ni en aquella época de dispendios por parte de las administraciones públicas habría sido posible ese derroche de medios que la autora disculpa con la existencia de una dama mecenas de la cultura. Los diez negritos de la Christie, encerrados en esta ocasión en una mansión toledana. Un poeta maldito, otro “revenido”, otro más “laureado”, la poeta, y así hasta completar la nómina de candidatos a asesino. No me pregunten por qué la historia es insostenible, compruébenlo por sí mismos.

Y sin embargo, Vallvey demuestra saber de lo que habla, eso no se lo voy a discutir. Resulta ser la obra una catarsis para ella y para los lectores, bordeando a la vez con una probable expiación de culpas por su parte. Ningún escritor va a reconocer fácilmente su participación en ese oscuro burdel de egos que se forma en torno a la edición de libros. Envidias, vetos a los que nos pueden hacer sombra, amiguismo, concursos amañados (¿les suena?, cierto premio de cuantía astronómica, que o premia a mujeres cuando por mercadotecnia pura y dura toca, o al escritor “sudaca” que traerá un revival ochentero de lo “hispanoamericano”, o al famoso que lleva en dique seco durante un tiempo; o por qué no, pelillos a la mar, al homosexual que decidió, “valientemente”, salir del armario; o…), y riñas de salón, agencias literarias que parecen vender chacinería, editores sin vocación de casi nada, lamentablemente, libreros que sobreviven o malviven.

Siempre me ha despertado rechazo ese desbordamiento de egos que acompaña a la creación. La mezquindad de quienes pretenden, muy en un principio, recrear la belleza a través de las palabras, con una pobreza de miras que se me antoja incompatible con la verdadera literatura. No es que defienda la necesidad de ser ermitaños de la coherencia, al estilo de una variante de  Kafka todavía más arisco. No. Me conformaría con una mayor generosidad, con una cierta aceptación de los propios límites, con una auténtica inclinación a valorar en su medida a todo cual, a todo quien.

 









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El verano (y esta reseña que empecé antes del verano, se hace pública cuando el verano ha quedado borrado del todo en el horizonte), un verano sin hombres, para un hombre, de hombres, con hombres,…

(Publicación en Facebook el 3 de noviembre de 2014)
 


Empezaré con una cita que me parece relevante, y quien me conoce un poco sabrá por qué:

 

“El sábado a las cinco de la tarde se reunió en la biblioteca el club de lectura de Rolling Meadows. Esta vez para discutir, entre diminutos sándwiches y copitas de vino más diminutas aún (las chicas han traído alguna vez bizcocho casero, deliciosos encanelados,…), la obra de Jane Austen “Persuasión”. La novela de aquella observadora irónica, precisa disectora de los sentimientos humanos, divina estilista y autora de diversas obras que prescindían de monjes pervertidos, pero que conservaban su personal visión de la virtud recompensada. Amada y odiada a la vez, Austen ha conseguido mantener a sus críticos a raya. “Cualquier biblioteca es buena si no contiene un solo volumen de Jane Austen”, dijo el venerado literato norteamericano Mark Twain. “Aunque no contuviera ningún otro libro más.” Carlyle calificaba los libros de Austen como “porquería abyecta”. Hoy en día también se la acusa de “estrechez” y de crear ambientes “claustrofóbicos” y se la despacha como una autora exclusivamente para mujeres. ¿Es que la vida en provincias no merece ser contada? ¿Es que las penurias femeninas carecen de importancia? Claro que si se trata de Flaubert, ya es otro asunto. Me dan pena los idiotas.”

 


 
 

No puedo estar más de acuerdo de lo que estoy con Mia, la protagonista de “Un verano sin hombres” de Siri Hustvedt. Han sido hombres los que hasta ayer mismo han elaborado un canon literario (por supuesto sin autoras), curiosamente cuando, como se nos indica en la propia novela, muchos hombres en el mundo (¿y los padres del canon?) son de los que dejan la ficción a sus mujeres. Han sido hombres los que han hecho y deshecho en todos los ámbitos, que han despreciado la ignorancia de unas mujeres a las que previamente habían condenado a vivir (o malvivir) en dicha ignorancia.

Porque lo realmente abyecto es la idiotez. Porque la idiotez no tiene género. Y atención, hasta los genios pueden ser idiotas con total convencimiento. La lista de machistas entre ellos es penosamente larga. A pesar de todo lo que ha llovido en términos de consecución de derechos, todavía bastantes se cuestionan la necesidad de una visión feminista del mundo: desde luego, no es el día a día de la humanidad, como ingenuamente les parece, a tantos que  desde su nube idealizadora, la de las sociedades occidentales, todavía confían en cambios que permanecen superficiales, incompletos, insuficientes. La vida cotidiana de la mujer africana o asiática nada tiene que ver con lo políticamente correcto.

 

¿Qué miedo (o aprensión, o prejuicio, o desprecio,…) se puede seguir teniendo a la voz de la otra mitad de la humanidad (o de la propia mitad, porque desgraciadamente las primeras sexistas a menudo son ciertas mujeres, unas cuantas con responsabilidad empresarial o política)? No hace tanto que tenía que soportar las risitas condescendientes de unos compañeros de trabajo, que bromeaban con el título del libro que estaba leyendo: “Antología de relatos escritos por mujeres”.

Me planteo si el desconocimiento es invasivo como un cáncer, incurable además, hereditario también. Y por eso, conviene acercarse a esta obra de la autora americana de nombre imposible, sí, en apariencia y durante bastante tiempo, la verdaderamente brillante de la pareja compuesta por ella y ese “mindundi” (apréciese la ironía, me rendí a su “Brooklyn Follies” como el que más) de Paul Auster. No negaré que mi primera aproximación no haya sido en gran parte por el morbo de comprobar por mí mismo si era cierto que ella es más inteligente. No sé si más inteligente, desde luego válida, y “observadora irónica, precisa disectora de los sentimientos humanos” también, y sabia, culta, experimentadora, metaliteraria, capaz, muy capaz.

 

Otro asunto es que sean imprescindibles las mil referencias presentes en la obra, las otras mil citas, el desparrame de innovación estructural, y todo para que algunos tontos sesudos, universitarios y bien colocados en el “stablishment” cultural, tengan a bien en elevar a Siri Hustvedt a esa categoría superior, académica y “gafapasta”. En este caso, toda esa “costra” no llega a molestarme, porque lo superior de su proceso creativo está en los personajes, en la elaboración narrativa. Es una autora que muestra sus modos de intelectual de primera, pero es que sobre todo y ante todo, Siri Hustvedt sabe narrar.










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Los chicos de 4º este año leen “Bodas de sangre”, del grandísimo Lorca…


 (Publicación en Facebook, el 27 de abril de 2014)


 



Leo la obra con parecido interés a aquel con el que en su momento vi la obra representada de una manera memorable. Aunque bien he de reconocer, que “La casa de Bernard...a Alba” continúa siendo mi favorita. Leída, o como espectador, todavía en el recuerdo una versión antológica en el malhadado Teatro Fleta. Y eso, por mucho que la variante bailada de Cristina Hoyos de “Yerma” (nada menos que en el escenario de la Alhambra, ahí queda eso) me impactara enormemente también. No me llegó “El Público”, en el escenario del Principal, pero eso requeriría todo un texto de reflexión.





 Es reconfortante, acompañar la lectura de la obra con la del estudio que en la edición de Vicens Vives firma Antonio Rey Hazas. Acudir a los detalles que solamente el estudioso nos puede hacer ver, confirma la grandeza de esta obra maestra, la casi infinita disposición de matices que atesora. Lorca se aventuró a mostrar la España profunda y patriarcal de esos machos que tanto le atraían, y a los que seguramente en su fuero más profundo, también aborrecía por completo. Esa realidad castiza y cañí, de mujeres fuertes sometidas a la tradición, soberanas sin título de esa tierra que tanto amó el dramaturgo malogrado.

La edición es bellísima, con las sobrias y contundentes ilustraciones de Gianni de Conno, ilustrador italiano de prestigio a nivel internacional.
 



 

 

 

 ¿Por qué Lorca? O mejor dicho, ¿qué tiene el granadino para ser tan cosmopolita, tan universal? Lo que no logró Lope, lo hizo Lorca con apenas unas pocas obras. El paso del tiempo demuestra que el prejuicio sobre su “martirologio progresista y gay” es radicalmente injusto. Lo cierto es que se ajustó a una temática que con el paso de los años, nos sigue emocionando. Fue, al menos en sus obras canónicas, lo suficientemente lírico para enredarnos en sus símbolos, y lo bastante convencional para atraer a un número amplio de espectadores.

Acertó, no sé si del todo. Que no se lo pregunten a mis alumnos, desde las primeras líneas se quejaron del “español antiguo” (aberrante, ¿no es cierto?, cualquier obra que no emplee su jerga juvenil y el escaso vocabulario que usan en su vida cotidiana, es como mínimo “rara”, y por supuesto incomprensible)

Es una obra para leer en clase, sin duda. Tengo la experiencia gratificante de ver caras de atención, cada vez que vuelvo a leer el “Lazarillo” con los alumnos de tercero, y no iba a ser de otra manera en lo que se refiere a la obra que nos ocupa. Por otra parte, estoy así mismo acostumbrado ya, a comentar con personas ajenas al mundo de la docencia cómo solemos elegir las obras de lectura obligatoria en los institutos. No, no somos sádicos que escogen las lecturas que harán aborrecer los libros a nuestros chicos. La mejor opción: un saludable equilibrio entre lecturas que intuimos pueden gustarles (o que sabemos a ciencia cierta que les encantan) y aquellas que son útiles en su aprendizaje, por diversas razones.

Lorca siempre es uno de los que están en la lista de “posibles”, por algo será…

 

 

 

 

 


 

 

 

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“Cuerpos de luna (canción de amor) 1978/2008”, de Antonio Pérez Morte

(Publicación en Facebook, el 27 de marzo de 2014)


 


 Sirvan estas líneas de homenaje al autor zufariense, prematuramente fallecido en estas fechas, hace precisamente un año.
 
 
 

 


 Se trata, como indica el título del poemario, ...de un largo recorrido creativo que sin embargo resulta favorablemente unitario. Son poemas que en palabras de Luis Eduardo Aute, prologuista del volumen, encontramos despegados “de cualquier tentación retórica más o menos adecuada al carácter de la experiencia que mana de estos poemas”. No está en mí discutir esta afirmación, ni la alusión a la “contaminación” poética en la poesía de Gil de Biedma, magnífico referente en cualquier caso.

Hallamos el amor en todas sus variantes. La música de los amantes que se entregan al sexo. La melancolía dulce y a la vez tóxica de las pausas. El aliento que acaricia uno a uno nuestros pliegues, nuestros rincones indómitos. Cada minuto, cada tensión. Nos asomamos con nuestro propio equipaje a esa torre para otear los horizontes íntimos que es cualquier poemario, y éste también.

Acaso me quedan las palabras de muchos de los poemas, huérfanas de ese hilo conductor que permita que sean algo más que sonoridad, acertada en diversos grados. Me planteo la duda de si en este poemario se transciende lo que, de una manera evidente, fue intensa vivencia del autor. Sin esa urdimbre, los poemas son sucesiones de fogonazos, intensos, emocionados, revividos, pero que no acaban de atrapar.

Quizá uno de los más trabados sea el siguiente:
 


 COMO EL JAZZ

Nuestro amor, como el jazz,
cada día distinto,
no fue una sucesión de ritos aprendidos,
de gestos cotidianos y besos repetidos.

Fue un amor adolescente
preso de sí mismo
que nos trepaba a la frente
para dejarnos dormidos.

Nuestro amor, como el jazz,
cambiaba de ritmo,
invadía tu ausencia con olor a tomillo
y rescataba mi cuerpo del dudoso equilibrio.
 
 
 
 
 
 
 
 
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Memoria de mis lecturas tristes (algunas, en realidad fueron muy felices)

(Publicación en Facebook, el 23 de marzo de 2014)




 El jueves pasado asistí a la sesión correspondiente del club de lectura de la Biblioteca de Zuera (bibliotecaria, Chus Juste Pala https://www.facebook.com/chus.juste...pala), dedicada a la última incursión en la ficción del gran Gabriel García Márquez, “Memoria de mis putas tristes”.








No por reconocible deja de ser una delicia el estilo dulzón, abigarrado y seductor del autor colombiano. Apenas queda en esta novela corta sino el regusto del realismo mágico al que en tanto contribuyó a consolidar nuestro premio Nobel, y que ha sido imitado “ad nauseam”. De la misma manera que se ha imitado ese estilo del que hablaba más arriba, también hasta el agotamiento –sin contar con aquellos narradores que a día de hoy siguen teniéndolo como clarísima referencia-.

Se aludió ese día a la riqueza del español de América, ese que hasta en la boca del pueblo resulta elaborado y cadencioso. Lo sabíamos ya algunos, que hemos conocido en primera persona la geografía que es escenario esencial de esta obra de García Márquez, y de tantas otras. Éramos conscientes de lo mucho que lo mágico por allá se convierte en real, de la facilidad con la que la realidad en esos lares se transforma en magia, especialmente desde la perspectiva de quienes llegamos desde este otro lado del charco.

Comentamos en el grupo hasta qué punto era atrevida la propuesta de un personaje de moral muy discutible, que comienza siendo aborrecible, además de protagonista de actos despreciables. Y sin embargo, llegábamos a la conclusión de que los restos de genialidad de García Márquez destelleaban sin duda en la evolución de ese amor de “realismo mágico”. El amor de un anciano al límite del desahucio vital, que se deja embargar por el primer enamoramiento puro y generoso en su larga existencia.

Nos admiró la destacable capacidad del novelista de encuadrar su relato con alusiones culturales siempre relevantes (la Delgadina del romance, el gato “mínimo tigre de salón” nerudiano, Catón o Julio César, entre muchas…)

Nos impresionó gratamente la destreza madura del autor enfrentado a un reto más, pues nadie mejor que un viejo para hablar con acierto de la vejez, de un viejo prácticamente anónimo. No llegamos a conocer su nombre, como tampoco la verdadera identidad de la niña durmiente. Quizá porque él ha sido netamente incapaz de relacionarse con nadie, y menos con esas mujeres de pago. Y en cuanto a ella, apenas es otra cosa que metáfora del amor, un espejismo que se desvanece como el de Dulcinea, en cuanto abre la boca, en el mismo momento en que aparece la sordidez de lo cotidiano.

No es la mejor obra de Gabo, en mi opinión, ni de lejos. A su luz de puesta de sol, “Cien años de soledad” me va exigiendo con premura, a partir de la lejanía temporal de una primera lectura a mis quince años, una relectura cuanto antes. Con ella deseo confirmar que sí, que continúa siendo una de esas obras maestras para una vida. En la memoria, permanecen los senderos de un Macondo eterno, los que han ido rematando en la plenitud de mi pasión lectora.









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Palabras que retratan, dibujos que se convierten en literatura…

 (Publicación en Facebook, el 3 de marzo de 2014)


 
 
Hace ya unos días que terminé la lectura reposada, concienzuda, no más de lo que merece una colección de microrrelatos, de “El dibujante de relatos”, con textos del gran Antón... Castro y dibujos de Juan Tudela (Pregunta, 2013)










 Aunque en algunos momentos, me ha sobrevolado la reticencia de lo que podría ser la cortapisa de un encargo y sus limitaciones inevitables a la creatividad del escritor, la sensación final es positiva.

Los relatos, con un toque amable que disuelve la negrura de alguna de las acciones protagonizadas o sufridas por los personajes, se leen con una envidiable facilidad, tienen una unidad indiscutible. Se aprecia la técnica de orfebre que reúne los materiales y les da forma. Como amables son también las ilustraciones, con ese referente más que probable en las maravillosas máscaras de Pablo Gargallo, y el trasfondo es así mismo intemporal. Nos vamos de viaje, y en concreto a la Zaragoza de otro siglo XX, a unos recuerdos que de tan recreados son casi vividos.

Me asoma una reflexión. ¿Es necesario en esta ingrata tierra de profetas expatriados, que vengan de fuera a descubrir y valorar sus maravillas? Antón Castro se deja conquistar por rincones aragoneses. No se conforma con vivir un paisaje, se inocula de su esencia, profundiza en sus contradicciones, visita con encendida pasión las huellas de su pasado, se transforma en firme defensor de su belleza.

El gallego de Miralbueno conoce como pocos esa riqueza, que a casi todos por aquí pasa desapercibida, y además no se conforma con disfrutarla para sí, la comparte en estos relatos de discreta reivindicación de ese horizonte que por cercano, a algunas mentes simples se les antoja estrecho y cateto. Los catetos son ellos, por muy modernos que se crean.

Qué sustanciosa y hermosa la intersección de literatura y plástica. Mi agradecimiento a los autores. Con este libro los lectores gozamos a través del poder ilustrador presente en los contundentes retratos de Juan Tudela. Nos emocionamos con la plasticidad de la letra sobre el blanco de las páginas, con las tramas que se hacen uno, y que uno son junto a los dibujos. Mi enhorabuena a los dos creadores. También a los editores, imprescindible Pregunta Ediciones, de un libro objeto, de una obra de arte.



 
 

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Cuentos detrás de una puerta...


 

 

(Publicación en Facebook, el 12 de febrero de 2014)

 

 

 

 

Tras un lunes y un martes griposos, de reposo dictado por la doctora, puedo editar esta reseña, una vez he traspasado ya el umbral que la poeta riojana Begoña Abad Abad" nos ofrece en su volumen de relatos “Cuentos detrás de la puerta”, otro acierto de la zaragozana Pregunta Ediciones" . 






 


 Se trata de un conjunto de relatos que me han permitido ver el mundo desde la perspectiva de lo cotidiano, de la autenticidad de quien mira desde ese rincón propio y a menudo desapercibido. He recordado con ello la reivindicación de Virginia Woolf y de tantas otras escritoras, que planteaban (y que desgraciadamente, todavía hoy tienen que plantear) la necesidad de un espacio identitario, de una atalaya para seguir elaborando sus obras como mujeres, para crear y mantener viva la chispa de lo ordinario y lo extraordinario.


 La autora desgrana en relatos de una gran diversidad en cuanto a la longitud, pero también en lo formal, abarcando desde lo más narrativo hasta lo más poético, desplegando las herramientas propias de quien imaginamos tuvo mucho tiempo para repasar mil veces y reescribir hasta lo incontable en una mesa de cocina, entre recetarios y aderezando con el mismo cariño que empleó para criar a unos hijos, como lo haría así mismo entre días monótonos o en otros brillantes momentos de inspiración.


 Emocionan los personajes aparentemente más sencillos. Asistimos a la resolución de conflictos (o no), a la desordenada calidez de lo común, de lo corriente, de unas vacaciones que podrían ser las de cualquiera, de un fluir del río de nuestras vidas, de una plaza como la de nuestra infancia, de una sensibilidad que ensancha el horizonte y se nos muestra en canal, sin aspavientos.


 No, no es una obra llamativamente ultramoderna, no se nos desafía a entenderla, no se pretende lo impretendible; y por el contrario, sí se rehúye lo pretencioso, es como esa poesía que realmente está vivida, ese umbral que traspasar para sentir que llegamos a alguna parte…
 
 

 

 

 

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Cien llaves...


 

 

(Publicación en Facebook, el 28 de enero de 2014)

 

 

 

Si hay alguien que puede empujar hacia el futuro a la literatura en lengua aragonesa, desde luego, aparte de quien apunten los expertos en la materia, ése ha de ser Chusé Raúl Usón (https://www.facebook.com/pages/Chusé-Raúl-Usón/16979271974...8219?fref=ts)
 
Nos lo demuestra con su excelente dietario “Cien llaves”, traducido por él mismo al castellano del original “As zien Claus” (1997) En realidad, ya me había convencido de ello con otro dietario –fascinante viaje a ninguna parte en una relación-, que leí antes, pero que el autor escribió después, “Escombros” (2011), de nuevo una versión propia de su “Enruenas” (2008).

 


 

 

 

“Cien llaves” nos introduce en el riquísimo mundo interior de un protagonista educador en un reformatorio, y lo hace a través de entradas sucesivas de diversa longitud y contenido. A veces, le puede el intimismo de las reflexiones personales ante las durísimas experiencias vividas con los chicos internos.

En otras ocasiones, nos narra de una manera personal, concisa, contundente y casi asfixiante esas vivencias. Intercala sueños, miedos, cotidianeidad, esperanzas, inmadurez. Al final de la lectura, nos parece imposible que un volumen de poco más de cien páginas encierre tantas claves de lo existencial, de lo humano, de lo inaprensible.

¿Prosa poética? Diario de guerra, cancionero de destinos rotos, denuncia, sí.


Una puerta además, a reconocer la valía de un escritor que podría prodigarse más, y a la espera del anuncio de su siguiente obra, quedémonos con esas llaves que abren el alma, que van más allá de rebautizar a esos lugares dolientes como centros de menores, o como se les quiera llamar, todos tenemos más de cien cerraduras por abrir.



 

 

 

 

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Dos veces bueno…

 
 
(Publicación en Facebook, el 20 de enero de 2014)
 


Los textos reunidos por José Malvís (https://www.facebook.com/jose.malvis.9) en su breve pero intenso volumen, “Cápsulas”, editado por Lastura (https://www.facebook.com/EditorialLastura?fref=ts), reúnen la fuerza lírica de... la poesía y aspectos formales de una prosa que reflexiona, que tensa la realidad para ensimismarse en ella.

El autor organiza su discurso de manera original, nos arrastra a ese mundo de expresión profunda, sensible, de matices, de sensaciones. Destacaría el estilo, sobrio y muy personal, de Malvís, reconocible en la belleza de las construcciones empleadas.

Revisita argumentos que no por conocidos dejan de ser interesantes, desde una perspectiva novedosa, con una escritura certera que desmenuza mitos, canciones populares, convirtiendo obsesiones individuales en sentimientos universales.

Quizá se pueda reprochar el carácter de miscelánea del conjunto, y sin embargo, tal opción es tan respetable como cualquier otra, especialmente cuando consigue asomarnos a la capacidad riquísima de análisis del escritor.

Estimado genio, aragonés Gracián, súbase conmigo a la “cornisa azul” de Malvís, desde ella se aprecia mejor lo que usted bien dijo: “Lo bueno si breve,…”
















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Un color más, dos entregas ya, la trilogía.

 
(Publicación en Facebook, el 20 de enero de 2014)
 
 

Chusa Garcés (https://www.facebook.com/chusa.garces) nos hace llegar el segundo volumen de su exitosa trilogía, editada por Pregunta (https://www.facebook.com/pregunta.ediciones)

Primero fueron... las “pérdidas rojas”, y ahora nos ocupa el “blanco roto”. Es un placer comprobar que en su evolución como narradora, en esta segunda entrega se supera, elabora de manera más firme y resolutiva la trama, avanza en la construcción de los personajes, atrapa con mayor convicción en los avatares que tan bien hila en varios momentos de su nueva obra.






 Resulta coincidente con las líneas más actuales de la narrativa, ese toque de moderna referencia sin tapujos a las experiencias sexuales de las mujeres protagonistas del libro. Es relevante sin duda que sea femenina la voz que detalla, que desvela, que siente en primera persona. Se agradece el horizonte que transciende lo apabullante de la desgracia humana, que convierte en esperanza la propia voz que toma el mando ante lo que venga.

No está de más plantearse, a la luz de la lectura del volumen de Garcés, el asunto de ese llamado “empoderamiento”, tan poco sonoro como término, y al mismo tiempo tan eficaz para elaborar la crónica de numerosas reflexiones. “Empoderadas” pues, las féminas que pueblan los textos de esta obra, dueñas de sus voces quebradas, de sus destinos magullados y antes fijados desde el poder anulador del patriarcado machista y heterocéntrico. Igual de frágiles, solas, desnudas y sensibles, sí, pero ellas.

http://www.youtube.com/watch?v=6zI9ksCIvE8











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(Publicación en Facebook, el 30 de diciembre de 2013) 

 

 

A menudo soy así. Llego a los libros cuando todos ya lo han hecho, cuando nadie habla ya de ellos. Supongo que vale la pena el retraso, que tarde es nunca, en fin, que haber leído estos días "El museo de la soledad" de Carlos Castán Andolz ...desde luego no tiene el mérito de descubrir un nuevo mundo a nadie. Ni falta que hace...

Me ha encantado la atmósfera que crea este excelente libro de relatos. Estoy en plena ebullición creativa (y en ello sigo, junio ha llegado en un suspiro) para encontrar una vía de expresión teatral en algunos de sus fragmentos. Me tientan con voz de sirena, tanto el relato en el que como verdadero protagonista ejerce el mencionado museo de los solitarios; como posiblemente el primero del volumen, titulado tan sugerentemente "Viaje de regreso", con esa confusión de identidades que empieza en el protagonista mismo.

Viajar quiero viajar. En un tren como los que se pueden entrever tras la bruma de estos relatos, acompañado en las aventuras y desventuras por un hermano presente y ausente, empañados los lentes de las gafas por esa soledad que pesa y abruma. Desde el mar hasta el cementerio de los represaliados en una Huesca literaria y fugaz, desde la Zaragoza arisca de cierzo hasta el lugar recóndito de todas las infancias...

A modo de posdata: Prodigiosa, una vez más, la ilustración de la portada de Oscar Sanmartin Vargas, en la edición de Tropo, que es la que he leído, insuperable en la expresión de la soledad.








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Dos reseñas, dos…

(Publicación en Facebook, el 28 de diciembre de 2013)
 

Acabo de leer “Barbitúricos y otros licores” del poeta turolense Lamberto Alpuente. Su poemario destila (nunca mejor dicho) autenticidad. No soy quién para señalar referencias concretas, que de todos modos se me escaparían.

Desde luego, tiene ese tono de “road movie”, de querencias generación “beatnick”, un toque que yo considero pop, lo que quizá el prologuista del volumen llama “adolescente”. Sobre todo es poesía auténtica, vivida, sudada, resacosa, sentida, de ausencias, de malestares y bienestares, verdadera a fin de cuentas. Se enfrenta con los actores de la existencia, con lo que experimenta esencial. Me quedo con todo eso.
 

Por otra parte, está “Los niños de la vacuna”, novela del zaragozano Javier Neveo. Imprescindible llegar a su útil y revelador epílogo, una suerte de declaración de intenciones, una carta de ese viaje realizado, de las opciones de autor (valientes, arriesgadas, por supuesto que discutibles, pero opciones después de todo) Es entonces cuando se reafirma Neveo en el narrador elegido, en algún que otro momento de la narración que no casa en principio con la época histórica,…

Me pregunto cuál sería el estilo galdosiano de un Galdós de hoy. Sin la recargada prosa decimonónica, puedo asegurar que la urdimbre novelesca está, en esta obra es un gran mérito en sí misma. Se cuenta una historia, a partir de una anécdota inicial simplemente genial, y se cuenta de manera entretenida, y fluida, lo que no es poca cosa. Permítanme reservarme ciertos detalles de mi análisis para el autor, y creen su propia opinión leyendo…
 


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Los desencantados, de Amin Maalouf


(Publicación en Facebook, el 2 de diciembre de 2013)

 

 

 

 

Recientemente, en mi segunda incursión en el mundo narrativo de Amin Maalouf, "Los desencantados", pude comprobar su capacidad para convertir una anécdota privada como el reencuentro de unos amigos en un asunto de relevancia universal.


 Su desangrado país se lo pone más fácil, le convierte de nuevo en "puente entre Oriente y Occidente", ese Líbano en permanente guerra civil, de dudosa y a la vez espléndida convivencia entre culturas y religiones (al menos en el pasado ni por asomo complaciente de los recuerdos del protagonista) Me arrastró más, pero no mejor, la bellísima prosa de "El viaje de Baldassare", y sin embargo, esta novela de este grande, merece que se le dé una oportunidad.

“Se habla muchas veces del hechizo de los libros. No se dice lo suficiente que es por partida doble. Está el hechizo de leerlos y de hablar de ellos. Todo el encanto de un Borges está en que leemos las historias que cuenta mientras sueña con otros libros inventados, soñados, fantasmagóricos. Y, en el espacio de pocas páginas, tenemos los dos encantamientos a la vez.
He podido, en mi vida, notar con frecuencia esa virtud de los libros. Pero fue ese día cuando la descubrí. Estás con una extraña, te pregunta qué estás leyendo, o se lo preguntas tú, y, si los dos pertenecéis al universo de los que leen, ya estáis a punto de entrar cogidos de la mano en un paraíso compartido. Y, como un libro llama a otro, vais a saber juntos de hazañas, de emociones, de mitos, de ideas, de estilos, de esperanzas.”

Fragmento de Los desorientados, de Amin Maalouf. Alianza Editorial, 2012.



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"Dónde crees que vas y quién te crees que eres", de Benjamín Prado.


(Publicación en Facebook el 25 de noviembre de 2014) (Actualización a noviembre de 2014)

 
 

Y sigo recibiendo de los chicos del taller de Lengua, mucho más de lo que como profesor doy. El otro día, para nuestra lectura del comienzo de clase, me llevé al aula un libro, lo empecé a leer y eso de que el personaje esté leyendo el mismo libro que nosotros, que lo que lea sea nuestro, lo nuestro suyo, que la realidad sea espejo de la ficción, que lo inventado cobre vida propia, eso de la literatura dentro de la literatura (lo llaman metaliteratura) nos gustó mucho. Así que he decidido continuar leyendo este libro que atrapa con una historia poco convencional, tan literaria.




“Cada vez me gustaba más el libro. Y, desde luego, no cabía ninguna duda de que, fuese quien fuese, Stevenson sabía cómo contar una historia, de forma que parecía que era A TI al único que se la estaba contando. Y sin embargo, es curioso: te llevaba muy cerca de sus personajes sin tener que decirte cómo eran, de modo que si estabas dispuesto a llegar a alguna parte fueses tú quien tenía que ir llenando todos los agujeros que él dejaba en el camino. Cerré la novela y me puse a imaginar cómo sería Romeo Portugal: joven, de unos catorce o quince años, tal vez pelirrojo, no demasiado alto y seguramente muy frágil. Por alguna razón estaba seguro de que debía llevar una gorra, una de ésas como la que tiene siempre puesta Bob Dylan en sus fotos de cuando acababa de cumplir los veinte años. […]”

Fragmento de "Dónde crees que vas y quién te crees que eres", de Benjamín Prado.

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Post-scriptum: Sí, lo terminé, y no acabó de gustarme como creí que lo haría. Era metaliterario, efectivamente, pero no terminó de engancharme la historia dentro de la historia dentro de la historia. La madeja finalmente fue demasiado enrevesada para mí, y no digo de lo que habría sido para mis pobres alumnos, afortunadamente nos quedamos con esa impresión maravillosa de la lectura del principio de la obra. A veces, valen más aproximaciones fugaces, pues ciertos amantes pierden mucho cuando se les acerca la cámara...











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Mi segunda incursión en el mundo literario del autor nicaragüense Sergio Ramírez.

(Publicación en Facebook, el 16 de noviembre de 2013)
 

En Margarita, está linda la mar recreaba una ficción asentada en la realidad histórica. Revivíamos con su prosa el regreso triunfal a León de su más ilustre ciudadano, un crepuscular Rubén Darío. Asistíamos a la trama de asesinato contra la figura del dictador Somoza (padre), durante una visita oficial a dicha ciudad. Dos itinerarios novelescos y la sensación de participar como lectores en una inmersión profunda en la realidad del país centroamericano.

Con La fugitiva, el autor recurre a parecida materia narrativa, entrelazadas la ficción y la realidad, nos presenta con ello un país que también conoce muy bien por haberle servido de escenario para su experiencia de exiliado político: la vecina Costa Rica. Crea en el personaje de Amanda Solano a una fugitiva de la vida, una sublime musa de la literatura y de la belleza, a la que nos acercamos por el testimonio de tres mujeres que se sintieron muy cercanas a ella. Tres voces radicalmente distintas. Una de ellas, muy ligeramente velada por la ficción, la conocidísima cantante Chavela Vargas. Una biografía de ficción para retratar de nuevo toda una sociedad de la época, con ramificaciones desde Méjico a Nicaragua, pasando por Guatemala. Voces femeninas para sustentar un discurso de rebeldía o de conformismo, de apasionamiento y desesperanza.

¿Por qué el guiño a Proust en el título?

“¿Qué sabía él quién era Marcel Proust? En Costa Rica muy pocos lo sabían, y esa niña ya se lo había repasado, y en francés, porque traducciones no había para entonces, el francés lo manejábamos porque era una materia obligatoria en el Colegio de Señoritas, lo daba madame Ernestine, la Jiraffe le decíamos, por su cuello largo. Y le digo más: a la Librería Española de don Cayetano Lasaoza, que quedaba frente al Almacén Castro y Quesada, habían venido cinco juegos de esos grandes tomos de Proust, encuadernados en cartón, y Amando los iba comprando de a poco, ella centavo que caía en sus manos lo ahorraba para comprar libros. Pues le juro que sólo se vendió otro juego, o colección, y me gustaría a estas alturas saber quién lo compró, alguien más en San José, además de Amanda, que se había llevado para su casa a Marcel Proust. Las otras tres colecciones quedaron cogiendo polvo en la librería.” (Alfaguara, 2011. Página 69)







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